miércoles, 26 de octubre de 2011

FELIZ CUMPLEAÑOS, JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ

José Gregorio Hernández en mi biblioteca


José Gregorio Hernández me cae bien. Hombre de luces en una aldea oscura llamada Caracas, fue médico, investigador y miembro fundador de la Academia Nacional de la Medicina. Un hombre culto, científico y a la vez ferviente religioso porque así somos de inexplicables. Su muerte hace ya 92 años, atropellado por el auto de su amigo Fernando Bustamante, quien pensaba pedirle al doctor que fuera padrino de su hija por nacer, fue una tragedia nacional, selló la desgracia de un pobre tipo cuyo único pecado fue estar en el sitio equivocado y en el momento impropio (Bustamante moriría en Curazao en 1981) y comenzó el lento y torpe ascenso de José Gregorio Hernández Cisneros a los altares.


Se dice que el expediente de su santidad preparado para las autoridades vaticanas no le garantizaría ni un suplencia en las conserjerías de Dios. Así fue de chapucero. En respuesta a tanta burocracia, el vulgo lo aventó a las mecánicas del sincretismo, al que tan alérgica es la curia romana, y el contubernio con deidades paganas no le mejoró la perspectiva. Al sol caraqueño de hoy, sigue cual Penélope serratina, esperando el milagro de hacer un milagro que le permita tratarse de tú a tú con Teresa de Calcuta, que entró a los cielos por la puerta VIP y más rápido que ya. 

A José Gregorio se la han puesto difícil. Lo más que logró fue que Juan Pablo II, papa con nombre de urbanización, lo declarara Venerable, que es como un técnico medio. Mientras llega el día final de su suerte (varias monjas bien apoyadas se le han adelantado por la derecha) sigue presente en las estampitas y los altares populares, rodeado de indias, negros, próceres y malandros. Su tumba en la iglesia de La Candelaria es sitio de obligado paso. Un periodista oportunista y ateo aprovechó el parecido de los nombres y la pinta para hacer campaña por la Presidencia de la República vestido como él, con el trajecito negro y las manos a la espalda. Afortunadamente, José Gregorio decidió no gastar su primer milagro en semejante esperpento. 

Sus aportes a la salud pública aún son reconocidos y loados. Y su estampa de hombre bueno y bien peinado que mira desde las fotos, trasmite la paz de los parientes queridos.

Me gusta José Gregorio porque es un santo alternativo que no habla de los infiernos que se abrirán bajo mis pies, sino de la posibilidad de traer un poquito de cielo al cada día. En el mueble donde escribo tengo una pequeña efigie suya y lo miro de a ratos, y me alegra la jornada. Porque, por esas cosas de la manufactura taiwanesa, mi José Gregorio no se parece a José Gregorio sino a Beatriz Valdés cuando se vistió de hombre en La Bella del Alhambra.