miércoles, 8 de agosto de 2012

RETRATO CON TIO SIMÓN

 

La primera vez que supe de Simón Díaz me estaban obligando a quererlo.

Eran los años ochenta, y había aterrizado en La Habana, por razones que no me interesa averiguar, la periodista venezolana Isa Dobles a hacer lo que hoy tanto nos molesta de Sean Penn. Y diría que más, porque Penn no tiene programas en la televisión para explicarles a los venezolanos cuán tontos son si no besan la tierra por donde camina su líder, ni “entrevista” próceres, desde Simón Bolívar a José Martí, que confirmen a través de actores caracterizados, que el presente que vivimos es el corolario natural de sus prédicas.

Entre necrofilias y reportajes a algún portento de la Revolución que yo -ya un profesional de la televisión, pero con huecos en las suelas de mis dos únicos pares de zapatos- no había aprendido a amar como debía, Isa Dobles colocaba videos musicales venezolanos. Ahí conocí y agradecí los primeros clips de Ricardo Montaner, Franco de Vita, y aquel Manantial de Corazón de Yordano que dirigió Henrique Lazo, donde las pobres víctimas del capitalismo atroz podían hasta bailar bajo la lluvia sin emparamarse los pies como yo, usufructuario del paraíso socialista.  Y ahí también vi y escuché por primera vez a Simón Díaz.

El encuentro tenía todo en contra. Para empezar: el vehículo. La señora Dobles -hoy ferviente opositora, respetada por sus colegas y de cuya integridad no dudo- era muy poco querida en Cuba. Por decir lo menos. A nadie le gusta que venga otro a aleccionarte sin ponerse en tu lugar. Para seguir: los suyos no eran videoclips sino meros registros de imagen y audio del artista, con cero inversión de producción, versus las coreografías y el charm abrumadoramente urbano del material de Sonográfica y Rodven.

Y para terminar: porque la música campesina siempre me fue muy cuesta arriba. Soy de esos pocos que no tienen absolutamente ningún ancestro bucólico, ni un abuelo con el taburete recostado a la pared mirando el atardecer ni una nana que me durmiera cantando los prolegómenos del ganado bovino. Mi único contacto con el campo era a través de un infame programa de televisión que el canal 6 trasmitía los domingos a las 7 de la noche, y que se llamaba Palmas y Cañas, donde glorias de la música campesina cubana intentaban hacer lo suyo bajo una avalancha de propaganda política, en un estudio deplorable y vistiendo aún las guayaberas que compraron antes de 1959.  Odiaba el punto guajiro cuando escuché la música llanera, y el desprecio se trasladó naturalmente del uno a la otra.

Pero como al que no quiere caldo le dan tres tazas, terminé en esta ribera del Arauca.

Debo decir que me hice venezolano con Simón Díaz. Con él entendí cómo se codifica aquí la palabra cariño. Mis amores en esta tierra han sido garzas moras dando combate. Mis amigos tienen la picardía del mirón que prolonga un segundo más la radiante visión de Mercedes bañándose a las orillas del río. La familia que elegí son arroyitos todos que no han cesado de traerme flores por el amanecer.  Aquí se olvida quitándole dulzor a los cerezos, se quedan contigo aunque se vayan muy lejos y debajo de cada pesar corren las penas del alma. Simón es una plaza donde terminamos por encontrarnos todos, los catires y los morenos, los orientales y los andinos, los de arriba, los del medio y los de abajo. En estos tiempos de odio nadie como él acaricia el lomo hirsuto del país, convocándonos desde el lado bueno de esta irrenunciable sabana salpicada de concreto.

Y es mera anécdota que varias de las voces más importantes del mundo lo tengan en su repertorio, que haya recibido un Grammy, que el diletante Almodóvar o la sabia Pina Bausch musicalicen sus historias con él, ni que el actual gobierno, que por años lo ignoró por no ser uno de los suyos, haya suspendido un instante su soberbia para otorgarle el Premio Nacional de Música. Simón es importante así no lo haya conocido nadie nunca, simplemente porque se parece al país que describe mucho más de lo que los propios venezolanos son –somos- capaces de admitir.

Por eso me enamoró, por eso hoy soy otro de sus sobrinos. 

Con Simón Díaz, en el patio de su casa. 2002