miércoles, 3 de noviembre de 2010

DIA DE MUERTOS

Catrinas
Hoy los mexicanos celebran su Día de Muertos (*). A contrapelo de esa constante actitud estítica que  nos impuso el catolicismo, donde todo conduce inexorablemente al sufrimiento, y encima debe aceptarse con resignación, los sabios pueblos prehispánicos veían con otros ojos el salto al lado de allá de la existencia. Para ellos no había Infierno ni Paraíso, y los destinos estaban marcados por la manera cómo se moría, no cómo se había vivido. De modo que, por más buen tipo que hayas sido en vida, y por más en paz que hayas muerto rodeado de tus seres queridos, te toca ir al Mictlan, sitio habitado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl (**), señor y señora de la muerte. Un sitio, según dicen, oscuro, feo, del cual no se puede salir (hablo de Mictlan, no de Cuba) y para colmo es dificilísimo llegar, pues las almas deben pasar cuatro años vagando por ahí y guiadas por un perro.
Ahora, quienes mueren en circunstancias relacionadas con el agua (ahogados, fulminados por rayos, así como enfermos de gota, hidropesía o sarna, y niños sacrificados) van al Tlalocan, paraíso del dios de la lluvia, Tláloc, sitio de reposo y abundancia.  
Los niños van a Chichihuacuauhco, un sitio especial donde hay un árbol que gotea leche y de donde regresarán a repoblar la Tierra el día en que se extinga la humanidad.
Pero el sitio más hermoso es el Omeyocan, paraíso del sol que preside Huitzilopochtli, el dios de la guerra y a dónde van solamente los muertos en combate, los cautivos sacrificados en actos de guerra y las mujeres que fallecen durante el parto. Porque para ellos, las que mueren dando a luz son comparables a los guerreros. Nada más justo. Morir en actos de guerra o relacionados, es la más honrosa de las muertes, y el Omeyocan un sitio de gozo permanente, donde se acompaña al sol con música y bailes. Los pobladores del Omeyocan son los compañeros del Sol, y al cabo de cuatro años, regresan a la tierra convertidos en aves de plumas multicolores.
Y hoy se me antoja que todos los muertos que cargan mis países, los miles que han sido devorados por los tiburones del Estrecho de la Florida, y los cientos de miles de víctimas del hampa en Venezuela (cifras que en ambos casos quizás nunca sepamos, pues ninguno de los dos gobiernos las reconoce; al contrario, las desmienten y ocultan); se me antoja, repito, que esos hombres y mujeres y muchachas y muchachos, y padres e hijos y amigos y hermanos pisoteados en la danza de nuestras muertes cotidianas, son ahora rayos del sol impertinente que está en mi ventana. Y al amanecer son una tropa de guacamayas escandalosamente hermosas que bajan del Avila a planear sobre esta ciudad infeliz y acobardada.
Guacamayas sobre Caracas

(*) Esto fue escrito el 2 de noviembre pero lo coloqué el 3.
(**) Me encantaría escuchar esos nombres, además, insertos en una conversación en catalán. Toda una delicia destrozagargantas.

2 comentarios:

  1. Lindo...
    Aquí ya los muertos se fueron a "su casa" y nosotros, camino del trabajo después de dos muy buenos feriados. El muerto al pozo y el vivo al gozo... ¿no será al revés?
    ¡Un beso grande!

    ResponderEliminar