martes, 11 de enero de 2011

MARIA ELENA WALSH (1930-2011)




En memoria de MARIA ELENA WALSH (1930-2011)
Viví en El Reino del Revés y en El País de Nomeacuerdo, por eso quiero tanto a María Elena Walsh.
En la Cuba de mi infancia, cuando lo que pasaba en medio mundo nos era vetado, alguien tuvo la feliz idea de arrimar a esta mujercita de ojos enormes y corte de cabello a lo garçon a nuestras costas. No eran muchas sus canciones, apenas dos o tres, las que fueron llevadas a cortos animados que pasaban constantemente por televisión, pero otras tantas sonaron en la radio: El Reino del Revés, La Mona Jacinta, El Perro Salchicha...  Su Canción de la vacuna ayudó a que mi hermano Jorge consiguiera atrapar las erres esquivas (“pero entonces llegó el doctorrrrr, manejando un cuatrimotorrrrr…”) y a mí a entender que sólo una inyección puesta a tiempo podía salvarnos de las fullerías del brujito de Gulubú.
No estaba sola María Elena en ese soundtrack de la sana felicidad: también teníamos a Teresita Fernández, una compositora del vecindario patrio que nos hacía la ronda con versos de Gabriela Mistral, nos contaba de su Gatico Vinagrito asomado a la ventana viendo la noche ("La luna es un queso metido en un mar de añil") y nos enseñaba que basta ponerles un poco de amor a las cosas feas para que la tristeza cambie de color. Un domingo feliz de entonces comenzaba frente al televisor, viendo La Comedia Silente con Armando Calderón haciendo en vivo las voces de todos los personajes de las comedias de Mack Sennett, escuchar en la radio las canciones de María Elena y de Teresita, y luego ir al Teatro Guignol a ver los títeres más sorprendentes del mundo en las manos de Carucha y Pepe Camejo.
En algún momento entre el fin de mi infancia y el principio de mi adolescencia, un dedo eternamente imperdonable sentenció a muerte a buena parte de nuestra memoria. Los títeres del Guiñol fueron quemados en la calle, mientras los Camejo eran humillados públicamente y borrados de la historia teatral bajo la novedosa figura de “la parametración”: un esperpento legal promovido desde el alto gobierno, que  consistía en una lista de límites morales (básicamente opción sexual y creencias religiosas) que no debían cruzar quienes tuvieran en sus manos la formación de las nuevas generaciones. Muchos actores, profesores e intelectuales fueron "parametrados", removidos de sus trabajos, denigrada su obra y su legado, y sólo encontraron trabajo como obreros de la construcción y sepultureros.
María Elena, por ser argentina (y nuestros verdugos unos redomados imbéciles) escapó de la hoguera. Pero Teresita Fernández no lo logró: sus canciones y ella misma fueron prohibidas por contaminantes. No más Gatico Vinagrito para más de una generación de cubanos.
Mientras a los nuevos niños les sembraban en el cerebro rimas doctrinarias plagadas de alusiones a la muerte y la guerra, (1)  los exiliados argentinos y uruguayos nos presentaban a otra María Elena Walsh: la que le cantaba a ese amor que en mi isla era considerado una enfermedad y un delito, y que denunciaba desde el dolor y la estupefacción los excesos de unos victimarios que se parecían demasiado a los de mi tierra.
“Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: ‘¿Nosotros qué éramos...?’”

Pensar en María Elena es, para mí, pensar en una rima que parece evidente cuando se lee, pero que a nadie se le ocurrió antes que a ella.  Es escuchar, una y otra vez, canciones insólitas de platos timoratos, reinos de cabeza, polillas que se balconean en los bolsillos de un traje y lunas que bajan en camisón a bañarse en un charquito; y es ver también cómo esas letras se hacen sonrisa en los niños nuevos. Es mi sobrina Melissa cantando todavía el estribillo de Manuelita, la tortuga que se fue, como me fui yo y se fue su hermana, y nos hemos ido tantos en este continente de animalillos añorantes. Es el apartamento de Silvia Poliakoff, a donde llegué con Esther María Hernández, y donde por primera vez escuché un disco de Susana Rinaldi cantando las canciones para grandes de María Elena. Y es Susana, años más tarde, hablándome de la salud precaria de su amiga querida, y yo mandándole abrazos y papeles, porque la Walsh fue, es, una tía distante que nos llovía en regalos.
Y fue también una noche en que propicié el encuentro, bajo el techo de un lamentable Rincón del Tango habanero, de la Rinaldi con Teresita Fernández, la parametrada. Sin conocerse, sin saber la una de la otra, Susana arrancó a cantar Dame la mano y vamos ya. Y Teresita retomó Dame la mano y danzaremos. (2) Dos canciones que nunca antes se habían cruzado y que hablaban de lo mismo.
Esto es lo que recuerdo ahora que dicen que María Elena ha muerto, algo tan relativo a estas alturas del mundo en que la gente deja de vivir en vida y muere menos cuando se les recuerda. Hoy no he dejado de tocar, una y otra vez, sus canciones insólitas de platos timoratos. Y no he dejado de llorar como un crío al que han dejado solo.
Pero sé que mi primer regalo para Juan Diego, el hijo de mi amiga Adriana que acaba de nacer, será un disco con todas las canciones infantiles de María Elena.
Como dicen aquí: esto no se queda así. Esto se hincha.
 NOTAS:
(1)    Recuerdo una cancioncita que decía: ese monstruo sin piedad que es la guerra imperialista, ha matado a muchos niños, y hoy nos vuelve a amenazar. El Apocalipsis para niños menores de cinco años.
(2)    Se llegó a decir que el verso “te llamas Rosa y yo Esperanza, pero tu nombre olvidarás, porque seremos una danza como una flor, y nada más”, era una incitación al lesbianismo. Solamente los enfermos tiene pensamientos tan malsanos.

4 comentarios:

  1. Hermoso escrito! Agradecido por lo catártico que me resulta, ya que estoy muy triste por la muerte de la Sra.Walsh que, sin embargo, debe estar sonreida en un lugar entre París,Pehuajó y el Reino del Revés. un abrazo, Camilo... y otro para Teresita Fernández, si es que está entre nosotros aún...

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  2. Agradezco de igual manera cuando me haces reír que cuando me haces llorar. Amo la rusa o su barbacoa.

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  3. Exacto, mi hermanito: nadie "se va" cuando nos ha regalado esa obra. Un abrazo grande.

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  4. Camilo: este texto es una belleza. Te felicito y te abrazo desde lejos.

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