lunes, 4 de julio de 2011

EXOTIC LOUNGE EN LA HABANA (Parte Dos)


En tributo a Dámaso Pérez Prado
(1916-1989)
Los músicos serios, hay que reconocerlo, nunca comulgaron con la guanajería pop en que pretendieron convertir la música popular cubana después de 1959. (1) Si la vecindad arrolladora de Estados Unidos no logró nunca sacarlos de sus casillas, ni soñar que lo harían las hipotensas melodías rusas. Es más: estoy seguro de que si El Partido los hubiera obligado a tocar Noches de Moscú, la meaban y se la devolvían convertida en danzón.
Porque eran bravos los músicos de entonces, formados en el conservatorio los unos, y en los Aires Libres del Prado los otros, y que confluían sin desprecio para grabar las Descargas Cubanas, o para mezclar a Gershwin con el bolero, y a Strauss con la rumba de cajón. Ellos fueron los más castigados cuando todo lo no soviético fue considerado enemigo. La música popular se volvió anémica sin información, sin poder hacer giras por el mundo ni cotejar lo de ellos con lo de los otros; ajena a Ravi Shankar y Keith Jarrett, a Ornette Coleman y Tom Jobim y Jimmy Hendrix.

Lennon no pudo con Lenin.

Pero la música lounge sobrevivía, eterna como las cucarachas, en las ondas de una estación llamada Radio Enciclopedia, presentadas por una locutora con voz de aire acondicionado. No recuerdo –aunque quizás me equivoque- que a Dámaso Pérez Prado le hayan dado alguna vez el portazo de la censura en su cara de foca. Después de todo, se había ido a México cuando pocos se iban, y a ese país se le debía cierta consideración por no haber roto relaciones con el gobierno de Fidel Castro cuando el resto del continente sí lo hizo. No se le veneraba como a Vicentino Valdés, La Orquesta Aragón o a los argentinos Carlos Gardel o Los Cinco Latinos, todos con sendos programas diarios en emisoras locales. (2) Pero estaba ahí, saltaba de cualquier bocina como un guerrillero vietnamita, al grito de guerra ¡Aaahhh: Ugg!
Una de las primeras agrupaciones exitosas de los 60 fue la Orquesta Cubana de Música Moderna, que sonaba a Pérez Prado. La dirigían Rafael Somavilla y Armando Romeu, dos excelentes músicos que no se habían enterado de que el formato big band estaba fuera de moda. Y así les fue. Sin embargo, al tener ahí a Chucho Valdés en el piano y el saxo de Paquito D’Rivera, no todo fue pérdida. Su éxito menos prescindible se llamó Pastilla de Menta, un yeyé que muy pronto se incorporó a todos los hilos musicales que movían nuestros destinos. De esa época es La Batea, un temita pegajoso de Tony Taño 

Cómo mueve la cintura, qué preciosidad.
Esa chica está muy dura,
Qué barbaridad.
Su cintura, ay, qué dura,
Cómo mueve la cintura de lavar.
Mira la batea
Cómo se menea
Cómo se menea
El agua en la batea

A ese ritmo se movía La Habana, y no al de La Internacional. Y las izquierdas, siempre urgidas por encontrar material ñángara con que sazonar sus relatos, no tuvieron más remedio que echarle mano. A falta de pan, bueno es Quilapayún:

El gobierno va marchando, qué felicidad
La derecho conspirando, qué barbaridad
Va marchando, conspirando,
Pero el pueblo ya conoce la verdad.
Mira la batea
Como se menea…

Patético donde lo pongan. Los chilenos quisieron copiarse la sagacidad de Pete Seeger cuando metió los Versos Sencillos de José Martí en los compases de La Guantanamera de Joseíto Fernández. Pero les faltaba talento y les sobraba maniqueísmo. Hoy nadie recuerda que La Guantanamera fue alguna vez la base musical de un programa de crónica roja. La Batea recuperó su poca dignidad antes de caer en el definitivo olvido, y los de Quilapayún andan pidiéndose la cabeza unos a otros. Pero eso sí: en Francia. 
Fueron muchos los ritmos bailables que trataron de imponerse a la guanajería pop de los 60. Pero eran regurgitaciones de una música endogámica. En la Orquesta Revé, Juan Formell experimentó con sus changüí-yeyé y sus boleros-beat, y  de ahí salió a montar Van Van. (3) La Orquesta Aragón tuvo su chaonda, Pacho Alonso el pilón, La Orquesta de Roberto Faz revivió con el dengue, creación de – caramba, qué coincidencia- Pérez Prado allá en México, y la Orquesta Avilés tuvo sus quince minutos gracias al pacá de Juanito Márquez. (4) Todas fueron modas pasajeras, sin mundo, a excepción de Formell.
Juan Formell
En esa desesperada lucha por reciclar lo cubano en nuevos ritmos floreció el mozambique de Pello El Afrokán. Creo que fue la primera megaestrella de los 60. Escucho ahora a su banda (si es que puede dársele ese nombre) y los metales son anárquicos, la percusión atropellada, y las voces de sus cantantes incoloras y desafinadas. Quizás siempre fueron así de pésimos; a lo mejor la culpa es de las grabaciones. Pero otra cosa es la memoria: ahí El Afrokán mantiene su energía avasallante. Pello fue el último elegante de la música bailable. Con sus sombreritos, sus trajes de corte italiano y sus zapatos lustradísimos, sin insinuaciones pélvicas ni letras obscenas, aparecía en televisión, en la Ciudad Deportiva, y en la plataforma más alta de una carroza carnavalera, nuestro Barry White avant la lettre, rodeado de mujeres bellísimas de todas las razas posibles, que movían sus cuerpos con pudor, sacando la piernita aquí, alzando un brazo allá, para culminar con un giro lento, extático, exultante.
Pello El Afrokán
Un día Pello desapareció. ¿Pasó de moda? ¿Tuvo algún problema? En Cuba lo único cierto es que no hay nada cierto. Años después lo reencontré en un disco donde El Afrokán, más viejo pero más ronco, rememoraba las viejas comparsas del carnaval habanero. Un disco triste para un hombre que fue fiesta, aferrado a las congas de su infancia para morirse menos.

Pero no fue Pello quien tuvo el honor de cerrar musicalmente la década. Tampoco las estrellas del programa Buenas Tardes ni los izquierdosos depredadores, ni los grupos españoles del pop franquista. Ni siquiera la Nueva Trova, que por entonces trataba de abrirse paso.

En 1967, cuando Cuba subió a la Plaza de Revolución a llorar la muerte del Che Guevara, un diluvio de cuerdas arropó el acto.

¿Su autor? Dámaso Pérez Prado.



Era el Tema de los dos mundos, de su pomposa Exotic Suite Of The Americas, considerada por algunos su obra maestra, y para mí un ejercicio de trascendencia que pretendía sonar a Rachmaninov y acabó siendo una bronca a botellazos entre Duke Ellington y la orquestica de un club de strippers, 

Que una obra de un cubano exiliado llegara a ese lugar, en ese momento y ese contexto, fue un acto de justicia poética con mucho de ironía. Dámaso dedicó su Suite al Presidente John F. Kennedy. O sea: el tipo era tremendo gusano.  Y había sorteado todas las censuras hasta llegar ahí, al centro mismo del Poder, a obligarlos a oír.

No fue un desliz ni un error: el cineasta Santiago Álvarez, responsable del momento, lo sabía y lo aclaró. Pérez Prado es un músico irrelevante para Cuba –dijo, sandeces más o menos- y su base de operaciones está en los Estados Unidos, que es nuestro enemigo: pero la música no tiene fronteras. Y sorteando  suspicacias repitió el soundtrack en su documental Hasta la victoria siempre. Desde entonces, todo cubano que escucha la melodía, la identifica como La Sinfonía del Che.
Pérez Prado había vuelto a casa, enyuntado para la eternidad con un argentino a quien le regalaron la cubanía que le negaron a él.

Hoy las aguas musicales en Cuba parecen volver al cauce que tuvieron cincuenta años antes. Qué chiste triste. Tras dos décadas con la terrible circunstancia de la Nueva Trova por todas partes, los artistas cubanos aprendieron a decir lo que conviene decir en cada lugar que pisan. Si Juan Formell grita en La Habana “basta ya de abusos”, refiriéndose al boicot que algunos tarados de Miami pretendieron hacerle al concierto de Juanes, al llegar a esa ciudad los trata de hermanos, y sale de ahí cargado de dólares y pantallas plasma.

Los principios, esos fierros que nos enseñaron a empuñar en cualquier lugar y circunstancia, son ahora letra muerta ante la necesidad de cash. Si Fidel Castro alquila su imagen como Mickey Mouse, para que cualquiera se fotografíe con él a cambio de contratos, ¿qué tiene de malo que los del dúo Buena Fe hablen en Cuba de “la jodedera de las Damas puñeteras éstas de Blanco”, (5) y luego aseguren a un canal de Miami que jamás han tenido un comentario negativo sobre ese particular, sin saber que había un video del momento en que lo dijeron? La ideología es un chicle bomba que se infla o se guarda según garantice el regreso a casa con los bolsillos cargados de moneda convertible. Son, definitivamente, otros los tiempos para la música cubana. 

Y gracias a esa apertura de patas, a fines de los 90 aterrizó en Rancho Boyeros un gringo llamado Ry Cooder. Por él, Rubén González –el frustrado ejecutante de Fefita en aquel lobby lleno de bolos- (6) grabó su primer disco con Buenavista Social Club, un grupo inventado para complacer a Cooder y ganarse los dolaritos imprescindibles, y que terminó tocando en el Carnegie Hall de Nueva York, porque eran así de buenos, de la vieja escuela. 

Una década antes, nos habían visitado dos venezolanos que nos permitieron redescubrir todas las músicas que el coleccionista de marchas nos escamoteó. Uno de ellos, Alejandro Blanco Uribe, desempolvó y remasterizó las viejas grabaciones de Radio Progreso en una colección que tituló Cuba es Música. El otro fue Oscar D’León, que nos presentó a Beny Moré y Arsenio Rodríguez, desconocidos por mi generación.


Cuba, como Blanche DuBois, siempre ha dependido de la amabilidad de los extraños. (7)

Radio Enciclopedia aún existe, aunque espero que ya no trasmita a la orquesta de Billy May. En 2003 Cooder regresó a La Habana a grabar un nuevo disco, esta vez con Manuel Galbán, guitarrista sobreviviente del cuarteto Los Zafiros. En la portada resplandece, con colores de LP de antes, la luz trasera de un auto cola de pato, símbolo de aquella Habana hedonista e irresponsable que nos condujo al golpe de timón de 1959. Su título es Mambo Sinuendo. Y su cuarto surco es Patricia, un éxito de Dámaso Pérez Prado que estuvo una veintena de semanas en las listas de Billboard en 1958.  

Como si ya no le hubiéramos hecho suficiente justicia al chaparrito con cara de foca, como le llamaba Beny Moré 

NOTAS

(1)   En un conversatorio en la recién inaugurada Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, allá por 1987, un alumno extranjero le preguntó a Fidel Castro qué tipo de música le gustaba escuchar. A lo que él respondió que tenía una colección de marchas militares. Eso explica muchas cosas.
(2)  Uno de los editores del libro donde –oh, loco de mí- esperaba que publicaran este escrito, es uruguayo. En vez de decirme lo que siempre supe: que no tengo derecho a hablar de La Habana en ningún libro que ellos editen en La Habana, prefirió mostrarse ofendido porque describí a Gardel como argentino, y no uruguayo de Tacuarembó. Lo siento, pero Gardel dio todas sus batallas como porteño. Todo lo demás que se diga, es ensalada.   
(3)  El nombre viene de la consiga “De que van, van”, de la Zafra de los Diez Millones (de toneladas de azúcar) de 1970, una fantasía faraónica de Fidel Castro que terminó de arruinar lo poco que quedaba en pie en el país.
(4)  Juanito Márquez es el autor de “Alma con alma” y el talento detrás del único disco memorable de Gloria Estefan: Mi tierra.
(5)  Refiriéndose a las Damas de Blanco, familiares de presos políticos cubanos.
(6)  Ver “Exotic Lounge en La Habana” (Parte Uno)
(7)  Blanche DuBois, personaje central de la obra teatral “Un tranvía llamado Deseo”, de Tennessee Williams.


2 comentarios:

  1. Coño, yo nunca he soportado al "serial killer" argentino, sin embargo, siempre me ha gustado mucho la "Exotic Suite Of The Americas"; hasta ahora pensaba que era por Pérez Prado, del que sabía que no comulgaba con la robo-lución, pero gracias a este post me entero de a quién dedicó su composición, con lo que termino de una puñetera vez de aclarar la champola que tenía hasta ahora en el cerebro. Muchas gracias por esta información, que no creo que conozcan muchos en Cuba.

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  2. Saludos escribo estas líneas con el propósito de contactarte y ofrecerte un libro para que hagas de él un guión para televisión y/o cine. Si estoy en sintonía hazme una seña a mi correo Un abrazo
    Antonio López Villegas
    altatribuna@yahoo.com.mx
    00584143063260
    www.talleresycursos.com

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