jueves, 9 de septiembre de 2010

Delito de opinión

Un par de años atrás, en Madrid y viendo por televisión el enésimo reclamo de los catalanes por su autonomía, se me ocurrió opinar. “Chica, yo creo que en este tema de los vascos y los catalanes…”. Mi amiga –que como buena cubana debía creerse con derecho a opinar de todo- me paró en seco. “No hables de lo que no sabes”, me dijo.
Hablar de lo que no se sabe es rentable desde que el primer hombre regresó de tierras extrañas con un fardo de cuentos admirables que todos creyeron porque sí, porque a todos nos encanta un cuento, y si está bien echado, mejor. Gracias a esa propensión a suspender la incredulidad cada vez que haya un chance existe Shangri-La, Eldorado, Roswell, las amazonas y La Catira de Camilo José Cela, libro lamentable donde los haya.
Hay opinadores que se agradecen, como Alejandro de Humboldt o el Padre Las Casas. Humboldt nombró las cosas de este continente con una seriedad que a los de acá nos hubiera tomado siglos y al Padre Las Casas le debemos Michael Jackson, el carnaval de Río, Orlando Zapata Tamayo y la bemba de Angelina Jolie.
De los desatinados, que son muchos y en todas las esferas, los más comunes son los que llegan a tu país -en ocasiones ni siquiera necesitan eso- y dos días les bastan para hacerse una idea que luego sueltan doquier llegan, porque además tienen tribuna. De esos hay pa tirar pal techo: filósofos existencialistas, premios Nobel, estrellas de Hollywood, redactores de manuales de marxismo que se lanzan sobre cualquier cosa que les huela a revolución a ver si les compran su baratija filosófica, bailaores de flamenco y hasta cantantes de reggaetón. Incluso cancilleres españoles y elenco de Alex de Iglesia. Lo más dañino de estos opinadores –aparte del engorro que causan en el natural fluir de nuestros países con esas opiniones que nadie les pidió- es que aquello que afirman y defienden permanece en el imaginario incluso después que ellos se van. El día que deciden, por quítame esta pajita tirar la toalla política y bajarse del autobús, no lo notifican ante notario público. Escriben algún artículo de despecho en un periódico que nadie lee, se van con la escalera y nos dejan colgados de la brocha, porque la vida del opinador es breve como la de una mariposa, pero su aleteo es igualmente peligroso al otro lado del mundo.
Alguna vez debíamos demandarlos y hacerlos pagar en efectivo el daño que nos causan con sus aviesas opiniones. Y prohibirles que monten seminarios y sigan viajando el mundo disertando sobre El Fracaso Del Modelo Tal. Es hora de que estos señores empiecen a hacerse responsables de las sandeces que dicen. En el caso de Danny Glover, que habla poco y pide mucho, nos limitaríamos a pedirle que devuelva los casi 30 millones de dólares que le dieron en Venezuela para una película de la cual hasta el sol de hoy no hemos visto un puto fotograma

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