miércoles, 27 de octubre de 2010

60 años de televisión cubana y una semana sin Juanito

Juanito Vilar y Marta Hernández.
Vedado, 31 de dic 2007
El pasado 24 de octubre se cumplieron seis décadas de la primera trasmisión de televisión en Cuba, desde el patio de una casa de Mazón y San Miguel. Son sesenta años que se pueden desglosar en 8 que definieron el género (muchos de esos pioneros aún mueven los hilos de la producción televisiva en muchos países) y 52 de supervivencia, de marchas y contramarchas, de burócratas torpes o perversos y, a pesar de todo y sobre todo, de gente maravillosa.
Yo le entré a la televisión por partes. La primera, en la escuela primaria. El padre de Luis Rosales, uno de mi aula, trabajaba de carpintero en el Canal 6 (antigua CMQ de los Hermanos Mestre, que salieron al aire el 18 de diciembre del mismo 1950) y nos llevó a un recorrido por el lugar. Ya en 6to grado y dada mi constante presencia sobre las tablas de cuanto acto cultural se hacía en mi colegio, Yiya Amaya, una avezada guionista que por entonces le metía el pecho a la difícil tarea de escribir telenovelas “de contenido revolucionario” (aprende, Román Chalbaud) me consideró para un cameo en una de sus historias que siempre venían en dos partes: antes del año 59, donde había una sirvienta que sufría mucho porque los dueños de casa la trataban de lo peor y encima vivía en Las Yaguas (mi barrio favorito, el Palo Cagao, nunca fue considerado como locación) y después del 59 cuando triunfaba The Revolution, los dueños se iban para Mayami y la criada se quedaba con la casa, los muebles y todo. Tengo tatuado a fuego el recuerdo de Miriam Mier (nuestra Lucerito de entonces) acariciando un sofá con un morbo patológico que no volvería a ver hasta el ama de llaves tortillera de Rebeca, la película de Hitchcock.  
En una de esas novelas hubo una escena mía, como compañerito pionero impartiendo una clase en un aula donde estudiaba la entonces estrella infantil Albertico Pujols. Como la televisión era en vivo no hay constancia. Pero sí: hice una escena de telenovela donde yo hablaba y Albertico oía.  
Mi tercera y definitiva entrada a la televisión fue en el 85, cuando asumí que mi condición de “débil ideológico” jamás me permitiría conseguir los trabajos que el resto de mis compañeros de universidad ya tenían en ministerios y embajadas. Hubo una feliz conjunción de dos ángeles de esos que nos caen sin proponérselo: H Zumbado e Hildita Rabilero. Zumbado, humorista de oro, me había dado trabajo como asistente, nombre pomposo que consistía, básicamente, en despertarlo cada mañana, hacerle café para que se le bajara la pea de la noche anterior y obligarlo a sentarse a escribir los mil encargos que recibía y que nadie sin su verbo brillante podía hacer. Hildita, hija de la gran Eloísa Alvarez Guedes y sobrina del humorista Guillermo, tenía un programa en el Canal 2 que hizo época:  el magazine Contacto. Vía recomendación de Zumbado y aceptación de Hildita empecé a hacer televisión y a la luna de hoy, 25 años después, no he parado.
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Tuve más suertes que desventuras en los años que trabajé en el edificio de 23 y M. Hubo resistencia a que entrara gente nueva, pero siempre ganó el optimismo. Y si tengo que ponerle una cara a ese optimismo, sería la de Juanito Vilar, un director que se nos fue este 20 de octubre. Un animal de televisión con una larga vida que los perezosos  despachos noticiosos de la Isla resumieron en 70 palabras, menos que los años que tenía al morir. Juanito con Marta su esposa, ejecutiva de la televisión como Migdalia Calvo, el camarógrafo Tati Trueba y los directores Mirta González y Carlitos Piñeiro, son mis padres profesionales y a ellos debo agradecer que entonces hayan protegido las débiles hierbitas que éramos de los vientos que nos rodeaban, de los traspiés que nos ponían los intereses creados y de las tantas delaciones que padecimos. Porque el hijoeputa daba al cuello, que quede claro. Pero el diablo son las cosas: no sé dónde están los que firmaron una carta para que no se les permitiera hacer televisión a actrices nuevas como Beatriz Valdés, (otra discípula de Juanito) pero sí sé que Beatriz es hoy uno de los nombres más respetados de éste, nuestro segundo país. Y no sé dónde andarán Virginia Wong y su marido Luciano Mesa, que me denunciaron a la Seguridad del Estado y gracias a quienes era citado a dar huellas dactilares o hacer pruebas de caligrafìa cada vez que pasaba algo irregular en los estudios; pero sí sé que sigo haciendo lo que me gusta, y mejor aún: hasta me pagan por eso. 
De pie: Juanpín Vilar, Beatriz Valdés, Camilo Hernández
y Luis Alberto García.
Sentados: Juanito con la hija de Juanpín y Marta Hernández
Cuando volví a Cuba después de 17 años y varios exorcismos imprescindibles, hice pocas visitas fuera de mi familia. Una de ellas fue al caótico apartamento de los Vilar, en 21 y M, detrás del edificio de la televisión. Más que la alegría de ver a Juanpín, mi compañero de primeras andanzas audiovisuales convertido en todo un padre, me enterneció ver cómo, mientras conversábamos en el balcón y nos poníamos al día, la mano de Juanito buscaba la de Marta y sus dedos se entrelazaban con los de ella, donde estuvieron toda la vida. Fue una tarde hermosa, y aunque han pasado ya tres años, siento que ahí les dije a ellos –y por extensión, a todos los demás- cuánto les agradezco ser quien ahora soy.
No creo que Juanito descanse en paz, porque en el cielo de la televisión, que sé que existe y está lleno de gente fantástica, ya esté en lo profundo del mar o en lo infinito de los cielos, como decía un programa de mi infancia, el incansable padre de los Vilar debe andar ya inventando alguna vaina.
Que va a ser buena, no les quede duda.

2 comentarios:

  1. Camilo, tampoco sabía que había muerto Juanito. Que pena! Recuerdo el día que los visitaste, volviste contándolo a casa con cara de alegría. Un abrazo para Juanpín si te lee. Cariñotes para ti.

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