lunes, 14 de febrero de 2011

¿Quién no quiere a Will Smith?

Jaden, Jada, Will y Willow en la ceremonia del Premio Nobel de la Paz 2009.
¡Ese muchacho sí ha llegado lejos!
En algún lugar del pasado, Will Smith se convirtió en un pariente amable para muchos de nosotros. Incluso para mí, que no vi The Fresh Prince of Bel Air porque aquí lo ponían doblado y no hay nada peor que ver a un mulato hablando como chilango. Como a ningún otro artista, le hemos celebrado los éxitos personales y profesionales, hemos tarareado sus canciones -hasta  las malas- y hemos visto sus películas –hasta las malas- con la condescendencia con que tratamos las manualidades hechas por los niños de la casa. Y él no nos ha defraudado. Mientras los demás, no más agarran un poquito de fama, se forran de oro, se meten por la nariz cuanto aparece y terminan culpando “al sistema inhumano” por sus desaguisados, Will ha sido ese chamito sano y luminoso que a todo padre le gusta poner como ejemplo cuando sostiene con sus hijos la clásica conversación tipo “¡mira a tu primo, ese sí es un buen muchacho, decente, estudioso. No como tú, peazo de mongólico, toda la vida me arrepentiré de no haberte abortado!”. En fin: el momento kodak que tantos serial killers le ha dado al mundo. 
Will Smith tiene toda la pinta de ser un tipo bueno, en el buen sentido de la palabra, como aclaraba don Antonio Machado. Y uno, aunque le preste poca atención a las trastiendas del mundo del espectáculo, en el fondo espera que los artistas tengan unos códigos de vida más o menos potables, por aquello de que sirven de inspiración a mucha gente sin rumbo y mucho adolescente con acné.  Si Michael Jackson nos llevó al límite de la tolerancia familiar, no hay estómago para perdonar más excentricidades. Will, gracias a Dios, es deportista, monógamo, orgulloso de sus raíces sin ser fastidioso, buen padre, y cuando uno recuerda sus escenas graciosas en Independence Day o Men In Black, siempre termina diciendo: “¡eso es típico de Will!”  
Con la mujer no me la llevo muy bien, pero son cosas mías: es que la vi en una alfombra roja diciendo “we always wear Versace” y meneando la cabeza y levantando el dedo como una negrita cocotimba de los projects o como Niurka Marcos (lo que al lector le sea más fácil entender como sinónimo de “de lo último”). Pero qué puede hacer uno: él está enamorado y eso hay que respetarlo. Además –todo hay que decirlo- lo tiene siempre bien vestido y sonriente. Ella será lo que tú quieras, pero se ve que lo atiende, y eso no se puede decir de todo el mundo en estos tiempos en que las mujeres están haciendo lo que les da la gana.
La familia con Trey, que miren cómo ha crecido desde el video de "Just the Two of Us".
Con su familia ha pasado lo que con ninguna otra familia del espectáculo: caen bien. No como los hijos de Julio Iglesias, omnipresentes en las portadas de la revista Hola de los 70 y 80, o como esas cosas llenas de pelos que identificamos con el nombre científico de “hijas de José Luis Rodríguez”. Quizás sea porque Will y Jada los han presentado brillando por sí mismos, no como apéndices oligofrénicos de unos padres momentáneamente famosos. Hagan la prueba: tomen una foto de Jaden o Willow (hay otro, Trey, de su primer matrimonio que terminó en divorcio, y que amamos cuando Will le dedicó su canción “Just the Two Of Us”) y muéstrensela a alguien sin dar mucha información. Dirá que qué graciosos (algún racista solapado dirá que son “monísimos”). A continuación diga que son hijos de Will Smith. Y tengan por seguro que todos dirán “ahhhhh”.
Porque los hijos de Will Smith son la quintaesencia del “Ahísmo”: adorables, inteligentes y provoca apapacharlos. Tal como nos pasa con Will, lo mejor que nos ha regalado la aldea global, el Golden Boy al que nos aferramos mientras hacemos estómago para tolerar a los mediocres que nos tocaron en la familia biológica.