lunes, 31 de enero de 2011

LOS AHORASISTAS

Quisiera yo tener el entusiasmo de quienes, ante el menor indicio, abren los brazos y exclaman ¡Ahora sí! Bienaventurados sean, porque aunque la realidad se encargue de romperles en la cara la papeleta de sus ilusiones, ellos seguirán viendo señales de un futuro luminoso.
Los ahorasistas practican febrilmente eso que los anglófonos llaman Whishful Thinking y nosotros denominamos Pensamiento ilusorio: creen y actúan de acuerdo a lo que sería más placentero para ellos, a lo que debía suceder si este mundo fuera justo y Dios existiera. Para lograr esa perspectiva impoluta no se puede apelar ni a las evidencias ni a la racionalidad. Y eso es lo que les envidio, porque mientras yo me angustio y tengo acidez todas las noches, los ahorasistas saben (porque así lo sienten) que ese Brand New Day está por llegar, y se preparan para recibirlo.
En algún momento de mis veinte años, fui también un ahorasista. Pertenecía a la primera generación (de eso que por inercia llaman Revolución Cubana) que se diferenciaba visiblemente de las anteriores, y que había tomado la palabra con la idea de mejorar el Socialismo. Creíamos, según el discurso de nuestros padres, que a Fidel lo tienen engañado y no le dicen los que pasa. Al ganar una tribuna en la sociedad, ganaríamos también la posibilidad de contarle a Nuestro Comandante aquellas cosas que Él, por andar ocupado en desfacer las injusticias del mundo, desconocía. Y así, salvar La Patria. Por esos días también se había convocado, desde el Alto Gobierno, una intensa jornada de asambleas por todo el país, para que la gente expresara sus quejas sobre el desempeño del país, de cara a un nuevo congreso del Partido Comunista que prometía cambios. Los intelectuales jóvenes (entre los cuáles, por algún error, se me incluyó) tuvimos varias largas reuniones con la plana mayor, incluidos Fidel, Raúl, y un oscuro pero poderoso funcionario llamado Carlos Aldana. Fue una catarsis colectiva, recuerdo. Al terminar, nos llevaron a cenar (en Cuba uno no va: a uno lo llevan) al comedor del Palacio de las Convenciones, y un amigo cuyo nombre me reservo, alzó su cerveza para brindar, porque ahora sí (y gracias a nosotros) Cuba iba a tomar el camino correcto. El corolario del cuento es que el grueso de quienes fuimos a aquel "diálogo" estamos ahora en el exilio; las asambleas en los centros de trabajo fueron realmente un operativo para que los descontentos asomaran la cabeza y reprimirlos en consecuencia, mi amigo sigue en la isla, pero sin ilusión de que ahora o nunca suceda nada; y el funcionario Aldana terminó triturado por la dentadura (postiza) del Saturno Mayor, receloso por el poder que había alcanzado fuera de su sombra bienhechora.   
Si algo he aprendido (o mejor dicho: las subidas de tensión emotivas me han enseñado) es que no hay manera de lograr que los ahorasistas abandonen su fe. Ni vale la pena intentar convencerlos, porque no les interesa verificar si se cumplieron las promesas pasadas. Viven de las promesas por venir, moran en un estado de perpetua ilusión. Para ellos, ese ministro que dos años atrás fue botado por inepto y corrupto, ahora sí vuelve a esa misma cartera a deshacer el nudo gordiano del que es responsable. Los ahorasistas son químicamente puros en el acto de creer, y no ven si el mundo a su alrededor retrocede y se desploma. Lo esencial -ya lo dijo el buenazo de Saint-Exupéry- es invisible a los ojos.
No creo que tengan la memoria corta, pero sí muy selectiva. Se niegan a recordar, por ejemplo, que la monarquía cubana cíclicamente “abre las puertas a la iniciativa privada", para ahogarla cuando ésta alcanza cierto florecimiento desaconsejable. Se limpian con aquello de "la práctica es el criterio valorativo de la verdad" de los manuales de Marxismo. Y no quieren  relacionar el ahora sí de hoy con el ahora sí de los años 80, ni el ahora sí de los años 90. (1) Si dijeron que ahora sí, es porque ahora sí. No les interesa que menos de un año atrás, al más poderoso y protegido de los empresarios extranjeros en Cuba, el chileno Max Marambio, le expropiaron sus empresas y pesa sobre él una orden de captura. (2)
El último arrebato del  ahorasismo viene a la cola del cable submarino entre Cuba y Venezuela. Quienes prefieren creer que el deplorable estado de las telecomunicaciones en la isla se debe al embargo económico y no a la ineficacia de un sistema político, saltaron en una pata. Ahora sí, de verdad, Cuba estará conectada al mundo. No tuvo que pasar una semana para que las autoridades  aclararan que el fulano cable no significa que va a cambiar el bloqueo oficial al acceso a internet, ni el país va a abrirse al mundo, como pidió Wojtila. Al contrario, lo controles serán ahora más férreos. Por otro lado, los expertos temen que los fines de tan costoso asunto sean menos caritativos y más prágmáticos: ahora se podrá controlar a distancia el acontecer del país proveedor, sin necesidad de andar mandando virreyes evidentes, e incluso manipular los resultados electorales de las presidenciales del 2012, que se trasmiten y totalizan vía internet. Eso tampoco lo quieren ver los ahorasistas mal llamados de oposición, que llevan 12 años diciendo que ahora sí Chávez no llega a diciembre.   

El Ahorasismo sería una pintoresca presencia si se limitara a las entelequias del espíritu. Creer que Cristo va a llegar en cualquier momento no involucra más que las cuerdas vocales de quien lo predica. Asegurar que hay vida después de la muerte ayuda a muchos a la hora de la agonía, y estimar que un buen feng shui puede darle un vuelco a tu vida es, cuanto más, eternecedor.

Pero cuando entendemos que fue gente como ellos quienes votaron por Hitler y justificaron las monstruosidades de Milosevic; quienes aplaudieron el maccartismo, a Pol Pot,   perdonaron los millones de muertos de Stalin y ven con simpatía la nueva modalidad de dictadura con ropaje democrático que parece expandirse por el continente, la gracia se desvanece y queda la certeza de que el optimismo, manejado irresponsablemente, es un arma demasiado  peligrosa. 
Pero, una vez más, quién les explica.
NOTAS
(1)    En los años 80, el gobierno cubano dio sus primeros atisbos de apertura al permitir la iniciativa privada en el terreno de la artesanía. Surgieron orfebres, peleteros y diseñadores de ropa que adornaron, calzaron y vistieron a mi generación. Cuando alcanzaron vuelo y solvencia económica, rápidamente fueron allanados y confiscados sus medios de producción. ALgunos fueron presos, pero los más capaces pasaron a trabajar para las tiendas en dólares del Estado. Las paladares (toman el nombre de la novela brasileña Vale Todo) proliferaron en los 90, con una oferta gastronómica envidiable promovida por el Estado ante su ineptitud para hacerle frente a la demanda turística. Hoy casi todas están cerradas ya sea por allanamiento o por quiebra bajo el peso de los fuertes impuestos. La apertura de ahora es la tercera que recuerdo, e incluye oficios como forrador de botones.  
(2)    Marambio, más conocido –y temido- como El Guatón, es un chileno que fue guardaespaldas de Allende, oficial extranjero en las Tropas Especiales cubana, mano derecha de Fidel Castro, y testaferro de las operaciones cambiarias del estado cubano en los mercados internacionales. A cambio, se le permitió explotar varias empresas en la Isla, "ejemplares al decir del propio Raúl Castro, que lo hicieron millonario. Fue también el financista y jefe de campaña presidencial del petimetre Marco Enríquez-Ominami en Chile, de quien se comenta que sería el candidato de la monarquía cubana en vista de lo poco entreguista que resultó la Concertación Chilena, dispuesta  a no repetir los errores de Allende con Castro. Al día siguiente de perder Enríquez-Ominami ante el derechista Piñera, Marambio fue declarado enemigo por el estado cubano,  sus empresas intervenidas y acusado de corrupción. Por supuesto, Marambio vive ahora en Chile y ni jugando se somete a la "justicia revolucionaria" que tanto defendió años atrás, cuando le favorecía.

martes, 11 de enero de 2011

MARIA ELENA WALSH (1930-2011)




En memoria de MARIA ELENA WALSH (1930-2011)
Viví en El Reino del Revés y en El País de Nomeacuerdo, por eso quiero tanto a María Elena Walsh.
En la Cuba de mi infancia, cuando lo que pasaba en medio mundo nos era vetado, alguien tuvo la feliz idea de arrimar a esta mujercita de ojos enormes y corte de cabello a lo garçon a nuestras costas. No eran muchas sus canciones, apenas dos o tres, las que fueron llevadas a cortos animados que pasaban constantemente por televisión, pero otras tantas sonaron en la radio: El Reino del Revés, La Mona Jacinta, El Perro Salchicha...  Su Canción de la vacuna ayudó a que mi hermano Jorge consiguiera atrapar las erres esquivas (“pero entonces llegó el doctorrrrr, manejando un cuatrimotorrrrr…”) y a mí a entender que sólo una inyección puesta a tiempo podía salvarnos de las fullerías del brujito de Gulubú.
No estaba sola María Elena en ese soundtrack de la sana felicidad: también teníamos a Teresita Fernández, una compositora del vecindario patrio que nos hacía la ronda con versos de Gabriela Mistral, nos contaba de su Gatico Vinagrito asomado a la ventana viendo la noche ("La luna es un queso metido en un mar de añil") y nos enseñaba que basta ponerles un poco de amor a las cosas feas para que la tristeza cambie de color. Un domingo feliz de entonces comenzaba frente al televisor, viendo La Comedia Silente con Armando Calderón haciendo en vivo las voces de todos los personajes de las comedias de Mack Sennett, escuchar en la radio las canciones de María Elena y de Teresita, y luego ir al Teatro Guignol a ver los títeres más sorprendentes del mundo en las manos de Carucha y Pepe Camejo.
En algún momento entre el fin de mi infancia y el principio de mi adolescencia, un dedo eternamente imperdonable sentenció a muerte a buena parte de nuestra memoria. Los títeres del Guiñol fueron quemados en la calle, mientras los Camejo eran humillados públicamente y borrados de la historia teatral bajo la novedosa figura de “la parametración”: un esperpento legal promovido desde el alto gobierno, que  consistía en una lista de límites morales (básicamente opción sexual y creencias religiosas) que no debían cruzar quienes tuvieran en sus manos la formación de las nuevas generaciones. Muchos actores, profesores e intelectuales fueron "parametrados", removidos de sus trabajos, denigrada su obra y su legado, y sólo encontraron trabajo como obreros de la construcción y sepultureros.
María Elena, por ser argentina (y nuestros verdugos unos redomados imbéciles) escapó de la hoguera. Pero Teresita Fernández no lo logró: sus canciones y ella misma fueron prohibidas por contaminantes. No más Gatico Vinagrito para más de una generación de cubanos.
Mientras a los nuevos niños les sembraban en el cerebro rimas doctrinarias plagadas de alusiones a la muerte y la guerra, (1)  los exiliados argentinos y uruguayos nos presentaban a otra María Elena Walsh: la que le cantaba a ese amor que en mi isla era considerado una enfermedad y un delito, y que denunciaba desde el dolor y la estupefacción los excesos de unos victimarios que se parecían demasiado a los de mi tierra.
“Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: ‘¿Nosotros qué éramos...?’”

Pensar en María Elena es, para mí, pensar en una rima que parece evidente cuando se lee, pero que a nadie se le ocurrió antes que a ella.  Es escuchar, una y otra vez, canciones insólitas de platos timoratos, reinos de cabeza, polillas que se balconean en los bolsillos de un traje y lunas que bajan en camisón a bañarse en un charquito; y es ver también cómo esas letras se hacen sonrisa en los niños nuevos. Es mi sobrina Melissa cantando todavía el estribillo de Manuelita, la tortuga que se fue, como me fui yo y se fue su hermana, y nos hemos ido tantos en este continente de animalillos añorantes. Es el apartamento de Silvia Poliakoff, a donde llegué con Esther María Hernández, y donde por primera vez escuché un disco de Susana Rinaldi cantando las canciones para grandes de María Elena. Y es Susana, años más tarde, hablándome de la salud precaria de su amiga querida, y yo mandándole abrazos y papeles, porque la Walsh fue, es, una tía distante que nos llovía en regalos.
Y fue también una noche en que propicié el encuentro, bajo el techo de un lamentable Rincón del Tango habanero, de la Rinaldi con Teresita Fernández, la parametrada. Sin conocerse, sin saber la una de la otra, Susana arrancó a cantar Dame la mano y vamos ya. Y Teresita retomó Dame la mano y danzaremos. (2) Dos canciones que nunca antes se habían cruzado y que hablaban de lo mismo.
Esto es lo que recuerdo ahora que dicen que María Elena ha muerto, algo tan relativo a estas alturas del mundo en que la gente deja de vivir en vida y muere menos cuando se les recuerda. Hoy no he dejado de tocar, una y otra vez, sus canciones insólitas de platos timoratos. Y no he dejado de llorar como un crío al que han dejado solo.
Pero sé que mi primer regalo para Juan Diego, el hijo de mi amiga Adriana que acaba de nacer, será un disco con todas las canciones infantiles de María Elena.
Como dicen aquí: esto no se queda así. Esto se hincha.
 NOTAS:
(1)    Recuerdo una cancioncita que decía: ese monstruo sin piedad que es la guerra imperialista, ha matado a muchos niños, y hoy nos vuelve a amenazar. El Apocalipsis para niños menores de cinco años.
(2)    Se llegó a decir que el verso “te llamas Rosa y yo Esperanza, pero tu nombre olvidarás, porque seremos una danza como una flor, y nada más”, era una incitación al lesbianismo. Solamente los enfermos tiene pensamientos tan malsanos.