lunes, 29 de noviembre de 2010

ANA NO VE LOS TOROS DESDE LA BARRERA



Ana María Simon.
Foto: Camilo Hernández
 
El incidente es típico del país insólito que somos: una alcaldía de la capital, para recaudar fondos y comprar juguetes para los niños más desfavorecidos, decidió hacer ¡una corrida de toros! Con todos sus ingredientes: animal babeado, sangrando y cagándose descontroladamente, cornada al torero en el mejor de los casos, gente creyéndose española (con altas probabilidades de ser devueltas de Barajas si su piel supera en dos tonos la del andaluz promedio) y alguna orquesta desafinada tocando lo peor (si fuere posible distinguirlo) del repertorio de Los Churumbeles.
Lo que sea, por los niños pobres.
La idea me escandalizó incluso a mí, que nunca he militado en favor de los animales y mi contacto con los toros se limita a  haber comprado alguna vez esos carteles donde el nombre de uno aparece junto al de toreros famosos, y que te venden en cualquier mercadillo español atrapaturistas, aunque una vez, veintitantos años atrás me llevaron al coso de Las Ventas, en Madrid.
Entonces juraba yo que iba a ver el espectáculo sublime que tanto entusiasmaba a Picasso, Lorca y  Hemingway, pero en su lugar encontré una estafa salvaje. La plaza olía a mierda de animal y a sobaco soliviantado por el calor. Ya me habían advertido que el paquete que le guinda por la pierna al torero es un protector, y con eso había perdido la mitad del interés, pero ni siquiera los toreros eran de buen ver. Nada de paquirris ni de dominguines: más bien parecían señoras tratando de contener la respiración dentro de sus fajas demasiado ajustadas.  Del público, ni hablar. Ni mujeres hermosas enmantilladas ni hombres patilludos bebiendo vino de una  bota. Al contrario: era una cuerda de energúmenos más cercana a un auditorio neonazi que al ángel y el duende y todas esas pendejadas que tanto alabó Federico.
Pero lo peor era el toro: una bestia que embestía torpemente cualquier cosa que le pasara por delante (pese a que, recuerdo, era un legendario Miura); que pasó un buen rato corneando una capa que quedó sobre la arena y que se resistió a morir con un empecinamiento doloroso. Me retiré asqueado del lugar sin verlo desplomarse, y al día siguiente la prensa habló de una jornada gloriosa donde sacaron al torero en hombros con todo y sus cojones de mentira.
Más de una vez he presenciado discusiones en torno a los toros. Sus defensores alegan que es un arte y que, de no existir las corridas, se extinguiría ese tipo de animal, pues son criados solamente para la llamada fiesta brava. Otros hablan de "manifestación cultural autóctona", acaso olvidando que la ablación genital femenina y la lapidación de homosexuales e infieles lo son también en los países donde se practican, y eso no las hace menos bestiales. Los detractores prefieren que se extingan los toros si sólo existen para ser torturados brutalmente. En Barcelona prohibieron las corridas, pero más por necedad regionalista que por  piedad. En lo personal, no intento ni ponerme en el lugar del animal: mi umbral de dolor no tolera ni un mosquito, así que mis sentimientos al respectos son jevísimos. Pero sí me inspira una profunda conmiseración rayana en la rabia ver gente solazarse en el dolor ajeno: llámense toros, gallos, perros, lucha libre, boxeo, golpizas policiales y actos de repudio.
Pero volviendo al cuento de la alcaldía: estaba claro que las sociedades protectoras de animales saltarían, como efectivamente sucedió, para guasa de todos los que no hacemos nada pero vivimos criticando a quienes hacen (vaya la autocrítica). Y todo hubiera quedado ahí si no se hubiera involucrado un grupo de figuras públicas.
Ahí la caña se les puso a tres trozos a los torófilos, porque la popularidad hala, no sé si tanto como el proverbial pelo de ya sabemos dónde, pero hala.
Una de las involucradas en el asunto fue mi amiga Ana María Simon, actriz, locutora y animal de la radio, a quien le descubrimos una veta militante que no imaginábamos. Junto a los otros, le metió el pecho al asunto. Y tras un largo proceso de marchas y contramarchas, (y de ser acusados de “hordas chavistas”, cuando lo que caracteriza a esos grupos es, precisamente, su escasísima disposición al diálogo) logró y lograron un pacto de honor: la Alcaldía prohibió por decreto las corridas de toros en su jurisdicción. Y, a cambio, los famosos ofrecieron obras de teatro que recauden los fondos que se esperaban obtener matando al toro. Un acuerdo que honra a ambas partes, demandantes y demandados, en un país donde el ejercicio de poder se circunscribe a limpiarse el culo con las opiniones adversas.
Ayer domingo tuvimos el primer día de sol en medio de tantas lluvias desastrosas. En la Plaza del Hatillo estaban los promotores del canje recibiendo las donaciones de juguetes que ofrecieron por la salvación del alma ética de sus conciudadanos. Llegaron muchos: los demás se comprarán con los impuestos de las obras teatrales que se presenten. Y también estaba la Alcaldesa y estaba Luna, que nos volvió locos vía Twitter para que colaboráramos. Y Ana María, feliz como un primer dia de vacaciones, porque lo habían logrado con todos y entre todos.
Para quienes no vivan en el contexto desolado de Venezuela esto les parezca una tontería. Para mí no: en medio del sálvese-quien-pueda nacional, estos cuatro gatos alzaron un estandarte y lograron lo que se propusieron. Y los escucharon. No sé si será, como dijo Neil Armstrong, "un pequeño paso para un hombre y un gran salto para la humanidad", pero quedé feliz por ellos y por la tolerancia que practicaron ayer, públicamente. Tanto, que terminé el día comiéndome una punta trasera término medio en El Alazán.
Nunca dije que fuera vegetariano.  

lunes, 22 de noviembre de 2010

ALEJANDRO SANS COMMENTAIRES



Foto: Camilo Hernández

Por fin, después de seis años de ausencia y dos de un concierto cancelado por hacer mofa del militar que lleva doce años jugando a que es Presidente, Alejandro Sanz pudo presentarse otra vez en Venezuela. (*)
Muchas cosas han cambiando, empezando por el valor de la moneda, cuesta abajo en su rodada. Ahora la entrada costó cuatro veces lo que hace dos años. Y también la actitud de Sanz, quien entendió que la batalla frontal, aparte de impertinente, es estéril en estos casos. Hábil y a través de Twitter, preguntó (y emplazó públicamente) si se le era permitido cerrar su gira latinoamericana en el país donde al parecer tiene muchos afectos;  si el gobierno garantizaba la seguridad suya, de su equipo y de su fans. No pudo tener mejor sentido de la oportunidad para hacer el petitorio: hay demasiadas acusaciones alrededor de estas fronteras para seguir ganando enemigos. Y un cantante pop, sobre todo si tiene fama de progre, puede ser pésima publicidad.  La respuesta no fue pública pero sí positiva, porque el hombre vino y cantó y supongo que ya se fue.
Más allá del repertorio (descubrí que conozco poquísimo de él), de los momentos emotivos (que hubo varios y quiero creer que fueron sinceros), Sanz fue generoso en elogios para el país y primero artista que político. (**) Pero una frase que pasó inadvertida (no hubo reacción del público, integrado por un 75% de mujeres orgasmando con cada estribillo) me hizo entender que no ha cambiado de opinión. Y de paso removió mis déjà vus de rusa baracoense: “Gracias al Jefe por haber permitido que me presentara en Venezuela”.
Puede haberse referido a Dios, como me apuntan. Pero no sería descabellado que se haya referido al Jefe de aquí, quien también nos ve desde lo alto y nos mueve según su gusto. Al que cambió el Escudo Nacional por complacer a su hija (y lo dijo), y movió en media hora el huso horario del país (sin decir por qué ni para qué); el que despoja y reparte lo ajeno a su antojo, y cada mañana decide qué nuevo y caprichoso derrotero tomará el país. El que dice claramente y a quien quiera escucharlo que, si en las elecciones del 2012 no sale reelecto, dará un golpe de estado.
Yo, que viví 32 años bajo los caprichos de uno que mientan El Caballo, y que hoy, desde la senectud de sus camisas a cuadros chulea que da gusto al de aquí, a cambio de un barniz de prestigio (y quien quita si hasta una isla arruinada y desmoralizada como herencia), no pensé en Dios, lo admito: pensé en el Jefe terrenal; el que, a fin de cuentas, permitió que Sanz cantara en su hacienda.
Y no puedo menos que extrañar los seis años (de cincuenta que tengo) que viví en un país normal. Donde Dios era Dios, y el Presidente era un señor que estaba en algún lado, que no se metía en tu vida ni en tu casa, ni mucho menos despertaba al país con un toque de diana los días de elecciones. Un país donde se le podía decir desde ladrón hasta hijoeputa al jefe de estado, y no perdías el trabajo ni la vida en el intento. Ni la posibilidad de escuchar a tu cantante favorito a un precio infinitamente menor al que costaron las entradas de este sábado.

NOTAS
(*) Oficialmente, fue la Alcaldía del Municipio Libertador quien ordenó la cancelación del concierto y declaró a Sanz persona non grata. Pero todos sabemos de dónde viene el bayón.
(**) Curioso que se les reclame a los artistas que adversan a Chávez que digan públicamente sus opiniones. Pero el señor les parece un encanto (Carlos Santana, René de Calle 13 y Andrés Calamaro son de esa opinión), se les permite vocearlo, y encima se les agradece que metan la cuchareta.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

UNA ESCENA ENTRE BURROS

En la tradición de Samaniego.
A Alexitico, que me dio la idea.



EXT. POTRERO. DIA.
Sitio donde un grupo de burros come, rumia y caga en orden aleatorio.

BURRO 1: (ROMPE EL SILENCIO)
¿Se enteraron de lo del Patrimonio?

BURRO 2: (EMOCIONADO)
¡¿Quién se casa?!

BURRO 1:
No dije “matrimonio”, dije Patrimonio, que es…

BURRO 3:
...el matrimonio entre hombres.

BURRO 4: 
¡Ya empezaron con la mariconería! Luego se quejan cuando dicen que los burros somos pingueros.

BURRO 1: (A BURRO 3)
Patrimonio es un conjunto de bienes de valor.

BURRO 5:
¿Bienes?

BURRO 6: (CREE QUE ES CON EL)
¿A dónde?

BURRO 5:
No dije “vienes”, dije “bienes”, con B de burro.

BURRO 3:
Todas las Bes que decimos nosotros son de burro.

Carcajada que se extingue en un largo “aahhh…”. Pausa. Rumian.
BURRO 1:
La UNESCO tiene una lista de sitios que deben ser preservados por su valor histórico, artístico o natural. A eso le llaman Patrimonio Cultural de la Humanidad. Y también hay un Patrimonio Inmaterial, son las tradiciones de valor. Y declararon Patrimonio Inmaterial a la comida mexicana. ¡Somos famosos, yéiii…!

Sólo él se entusiasma. Los demás siguen comiendo y/o cagando.

          BURRO 6:
Una vez me comí un taco y  me quedó el culo como una cayena. Le ponen demasiado picante.

          BURRO 3:
Hablando de eso, ¿ustedes saben de qué país son los mejores chistes picantes? ¡De Chile!

De nuevo: carcajada que se extingue en un “aahhh…”. Pausa. 

          BURRO 2:
No entendí.

          BURRO 5: (EXPLICA)
Picante... chile... ¿captas? (BURRO 2 NIEGA) Whatever...  (A BURRO 1) ¿Y por qué famosos, si no somos mexicanos?

          BURRO 1:
¡Somos burritos! ¡Y los burritos son parte de la gastronomía mexicana!

          TODOS: (POR FIN ENTENDIERON)
¡Aaahh…!

Y rumian contentos. Pausa. Se espantan las moscas.

          BURRO 6: (A BURRO 5)
Acabas de cagarme la ensalada.

          BURRO 5:
¿Quién te manda a pastar detrás de mí?

          BURRO 3:
Te estaba oliendo el asno. (NADIE RÍE) Era un buen chiste. Intelectual, pero bueno.

          BURRO 7:
¿Saben qué es tremendo patrimonio? ¡Ésta que tengo aquí!

Y levanta una pata para que le vean la morronga a medio parar. Los demás burros escandalizados.

          BURRO 4: (VOLTEANDO PARA NO VER) ¡Negro tenía que ser!

          BURRO 5:
Señores, no se dispersen. (A BURRO 1) ¿Y podemos ir a Estocolmo a recoger el premio?

          BURRO 1:
El premio que dan en Estocolmo es el Nobel, ¡burro!

          BURRO 6: (CREE QUE ES CON ÉL)
¿Mande?

          BURRO 1:
Son cosas distintas. La UNESCO está en París, no en Suecia. (TR) También declararon Patrimonio Inmaterial al flamenco.

          TODOS:
¡NNNO!

Y voltean a ver la manada de flamencos en la charca cercana.

          BURRO 5:
¿A cuál de ellos?

          BURRO 2:
¡Ahora todos somos famosos! ¡Yéiii...!

          BURRO 4:
Yo no me junto con pájaros, lo advierto. 

          BURRO 1:
No me refiero a los animales sino a la cultura flamenca, la de los gitanos.
          TODOS (DECEPCIONADOS)
Ahhh…

Pausa. Comen, rumian, cagan y se espantan las moscas

          BURRO 5:
¿Por qué dirán: “la burra, aunque se vista de seda…”?

          BURRO
No es la burra, es la mona. ¡Burro!

          BURRO 6:
¿Mande?

          BURRO 3:
¿La mona no es la de la canción (CANTA) “La mona, apiádate de mi sufrir; la moona, no puedo sin tu amor viviiiir...”.

Una vez más: Carcajada que se extingue…

BURRO 2:
No entendí.

          BURRO 1: (PEDAGOGO)
Está parodiando la canción Ramona.

          BURRO 2:
Sorry, yo soy de Lady Gaga pacá.

Pausa. Comen, rumian, cagan.

          BURRO 3:
¿Ustedes saben cuál es el único animal que hay que mantener entretenido para que no cambie de sexo?

          BURRO 4:
¡Y dale con la mariconería!

          BURRO 5: (ENTUSIASTA)
¡¿A quién, a quién?!

          BURRO 3:
Al burro, para que no se aburra.

Carcajada que se extingue, pausa.

          BURRO 2:
No entendí.

martes, 16 de noviembre de 2010

...FELICIDÁ, FELICIDÁ, FELICIDÁ. EEEEEE...




Convento de San Francisco. Foto: Camilo Hernández
 
No me considero un nostálgico de mi ciudad. Es que, seamos sinceros: quienes nos fuimos de Cuba estábamos locos por hacerlo y nos largamos porque el país nos excretó como gusanos, escorias, “partes blandas de la sociedad” y todos los calificativos menos amables que pueda generar la lengua castellana. Y aún hoy, cuando volvemos, se encarga de recordarnos nuestra condición de apátridas con todas las humillaciones, registros y despojos imaginables.
Digo por eso que me es muy difícil ver La Habana como el Paraíso Perdido que reclamaba Guillermo Cabrera Infante, bendito sea entre todos los habaneros, que murió en el destierro extrañando su espacio y maldiciendo a quienes se lo arrebataron.
Pero sucede que hoy, 16 de noviembre, la niña está de cumpleaños. Y soy, aunque no quiera, esclavo de sus ojos, y no me queda otra que unirme al coro de los soplones de velas. 

Al otro lado del rio

Soy un habanero extraño, lo admito. Nací del otro lado del rio Almendares, en la muy marianense Maternidad Obrera, y viví hasta irme, harto, en La Sierra, en la mera frontera (lo que en Venezuela llamarían “el niéjer”) entre el señorial Miramar y el clase-media-baja-tirando-pa-chusma reparto Almendares. Mis escuelas, mis amigos y mis sitios de referencia estuvieron siempre del lado de allá de esa línea de mierda en que convirtieron el apacible río de mi infancia (*). De modo que no manejo los códigos de la nostalgia standard, y los vapores de la calle Ayestarán me resultan tan ajenos como la topografía de la Isla Trista de Cunha, el territorio habitado más lejos-de-todo que hay en el planeta.
Tampoco creo en eso de que todo tiempo pasado fue mejor, mucho menos después de volar en primera, ver Praga y cenar en El Bulli. Cada vez que un amigo cuelga en su Facebook los testimonios de nuestra miseria pasada (cajas de talco Brisa, latas de spam rusas, libretas de abastecimiento y electrodomésticos del campo socialista, etc) deseo profundamente haber nacido en la Isla Trista da Cunha antes mencionada.
Tengo nostalgias, claro; mas no de los fetiches turísticos ni del Parque Temático que Eusebio Leal montó en la Habana Vieja desmantelando el resto de la ciudad (**). La Habana que echo de menos de cuando en vez tiene, por ejemplo, las ventanas del garaje de los Tarafa que se ven desde el patio de mi casa y donde yo, de pequeño, juraba que vivía El Viejo del Saco. O las salidas de la ciudad, que siempre significaban paseos y nuevos mundos. Por el suroeste: la autopista bordeada de buganvillas y la gran pantalla del autocine Novia del Mediodía, nombre bello donde los haya. Y por el este, el viaje que comenzaba con suerte si agarrábamos Quinta y atravesábamos el túnel conteniendo la respiración. Y luego el sobresalto en el pecho al ver el mar a la izquierda y todo el malecón y luego otro túnel más largo y un sobresalto mayor cuando el carro emergía entre rocas blanqueadas por el sol y salpicadas de henequenes.  Y más allá, siempre con el mar de escolta, Tarará y Bacuranao y Guanabo y Santa María y luego Santa Cruz del Norte y, por fin, de premio: Varadero.



...entre rocas blanqueadas por el sol y salpicadas de henequén
   Te cambio ahorita todos los vitrales que enloquecen a los turistas por el vaso de agua fría que nos regalaba Sonia, la mamá de Ernesto Javier y El Inca, cuando buscábamos remedio a las gargantas secas de pasar el día nadando en la Playita de 16, de la que soy miembro honorífico desde que saltábamos el muro y nos colábamos en lo que entonces era el patio común de unos edificios, y la policía nos sacada y nosotros volvíamos y así ad infinitum. Me declaro culpable de haber contribuido a que se cayera el muro de celosía que daba a 16.
Son recuerdos que a nadie más que a mí interesan, pero que, a la postre (o ultimadamente: mi palabra venezolana favorita) bordan el perfil de la ciudad que me hizo. Los boleros de Beny Moré siempre llegaban flotando en el aire del mediodía, mientras Dámaso Pérez Prado reinaba en el radio del carro cuando íbamos a la playa. Quizás por eso asocio tanto el Malecón con el mambo. Los bambués alrededor de la casa de Lilo Núñez Velis crujían con el viento y la casa toda sonaba como un barco pirata. Y en el Parque de Quinta y 26 los gorriones se bañaban, cuando llovía, en el sombrero de Emiliano Zapata.
Sólo son imágenes sueltas de una ciudad que nadie sino yo celebra.

Mejor tìtulo: imposible
Hace unos años la poeta Odette Alonso (santiaguera que México se regaló con el hedonismo de quien sabe que se regala una joya) me escribió feliz. Había escuchado que se preparaba un libro sobre La Habana. Lo iban a editar unos tipos de afuera. Y lo mejor: podían escribir los cubanos todos: de dentro y del exterior. Se trataba, a fin de cuentas, de una ciudad, y las ciudades son siempre heterogéneas.
Me entregué con alegría a escribir para ella. Era una manera de volver, y no con la frente marchita, pues para entonces había probado mi primera dosis de bótox y tenía aquella frente más lisa que la pista de hielo del Rockefeller.  Hablé de Pérez Prado, que murió exilado, y de la ironía que supone que una obra suya, The Exotic Suite of The Americas, se haya utilizado para musicalizar un documental sobre Ernesto Guevara y que, por extensión se convirtió, para los cubanos, en La Sinfonía del Ché.  En resumen: se robaron la obra de un cubano exilado, sin pagarle los derechos de autor correspondientes, para ensalzar la vida de un argentino que se dio gusto matando cubanos hasta el dia que se ladilló y se fue a joder a otra parte. 
No hablaré de la respuesta airada que me dio el “representante” de Cuba ante el proyecto: a fin de cuentas es un pobre hombre sin internet para ejercer su réplica. Pero  sí pasé media mañana buscando los nombres de los dos editores de tan globalizada joya que terminó llamándose La Habana en blanco y negro: un uruguayo de nombre Roberto Bianchi y una brasilera llamada Nina Reis. Ellos recibieron y seleccionaron los textos y el material gráfico que debían aparecer en la edición. Nada de lo enviado por nosotros los apestados fue incluido, era de esperarse. Una vez más y como siempre, la fidelidad política a un hombre fue el mejor aval; ese que coloca al Ché por encima de Pérez Prado, que permite que el español Willy Toledo difame a la habanerísima Yoani Sánchez sin que ella pueda replicar.  El señor Bianchi y la señora Reis, y una tal Teresa Coraspe (¿?), venezolana (contra quienes no tengo nada, que conste: que la  culpa no es del loco, sino de quien le da el garrote) tienen hoy más derecho que Odette y que Lichi Diego y que Camilo Venegas y que Mike Porcel para hablar de una ciudad que no llevan ni en la piel ni debajo. No tienen una sola cicatriz de acera habanera en sus rodillas, jamás se enamoraron de Lili Rentería como todos los de mi generación, ni se sentaron a ver pasar las carrozas del carnaval en los bajos del edificio del Titi; ni comieron las acelgas con bechamel que preparaba Maruja, la mujer de Pablo Armando Fernández, ni escucharon a Xiomara Laugart cantar en los actos de la escuela cuando no era famosa, ni pasaron horas delante del cuadro de Servando Cabrera que había en la sala de Tomás Gutiérrez-Alea, tratando de adivinar qué representaba, hasta descubrir que era una descomunal pinga violácea; ellos, que no hicieron cola en el Paradero de la Playa ni conocieron Jalisco Park ni al Plátano ni vieron bailar a Charín ni saben que la cara del Alma Mater que está al frente de la Universidad es la de La Chana Menocal,  ni pedalearon esas calles con el estómago pegado al espinazo y maldiciendo cada esquina, son los mismos que por medio siglo  han llegado a la Isla a hablarnos de nosotros porque a nosotros no se nos permite hacerlo. Todo a cambio de un elogio político. Desde Sartre y Beauvoir hasta Sabina e Isa Dobles, sin olvidar a la venezolana Fina Torres, última en la lista de los expertos de bolsillo y directora de un desatino con forma de film llamado Habana Eva del cual apenas logra escapar ilesa su protagonista, Prakriti Maduro, porque está tocada por los dioses. 
Y La Habana, claro, que salió tan buena que ni las fallas de foco (visuales y argumentales) de la señora Torres lograron deslucir.
Porque vamos a estar aquí y no en la cola del pan: la villa de San Cristóbal de La Habana que fundó Don Diego Velázquez es más fuerte que ellos y que sus verdugos y que nosotros todos: los que la abandonamos y los que la padecen. Nadie puede con ella, ni la distancia ni el olvido. Hoy cumple 491 años y sigue siendo la más señora de todas las putas.
Que Dios y el farolero del Morro la conserven así.  Amén.


___________________________________

NOTAS:  (*) Este año, “expertos” de las universidades de Yale y Columbia colocaron a Cuba en el puesto 9 (de 163) de los países más limpios del mundo, sin molestarse en levantar sus sabios culos de sus cómodas sillas e ir a ver cuán ciertas son las cifras que les dio el único autorizado a dar cifras en la Isla: el  gobierno.
(**) Y encima se lo tenemos que agradecer.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

DIA DE MUERTOS

Catrinas
Hoy los mexicanos celebran su Día de Muertos (*). A contrapelo de esa constante actitud estítica que  nos impuso el catolicismo, donde todo conduce inexorablemente al sufrimiento, y encima debe aceptarse con resignación, los sabios pueblos prehispánicos veían con otros ojos el salto al lado de allá de la existencia. Para ellos no había Infierno ni Paraíso, y los destinos estaban marcados por la manera cómo se moría, no cómo se había vivido. De modo que, por más buen tipo que hayas sido en vida, y por más en paz que hayas muerto rodeado de tus seres queridos, te toca ir al Mictlan, sitio habitado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl (**), señor y señora de la muerte. Un sitio, según dicen, oscuro, feo, del cual no se puede salir (hablo de Mictlan, no de Cuba) y para colmo es dificilísimo llegar, pues las almas deben pasar cuatro años vagando por ahí y guiadas por un perro.
Ahora, quienes mueren en circunstancias relacionadas con el agua (ahogados, fulminados por rayos, así como enfermos de gota, hidropesía o sarna, y niños sacrificados) van al Tlalocan, paraíso del dios de la lluvia, Tláloc, sitio de reposo y abundancia.  
Los niños van a Chichihuacuauhco, un sitio especial donde hay un árbol que gotea leche y de donde regresarán a repoblar la Tierra el día en que se extinga la humanidad.
Pero el sitio más hermoso es el Omeyocan, paraíso del sol que preside Huitzilopochtli, el dios de la guerra y a dónde van solamente los muertos en combate, los cautivos sacrificados en actos de guerra y las mujeres que fallecen durante el parto. Porque para ellos, las que mueren dando a luz son comparables a los guerreros. Nada más justo. Morir en actos de guerra o relacionados, es la más honrosa de las muertes, y el Omeyocan un sitio de gozo permanente, donde se acompaña al sol con música y bailes. Los pobladores del Omeyocan son los compañeros del Sol, y al cabo de cuatro años, regresan a la tierra convertidos en aves de plumas multicolores.
Y hoy se me antoja que todos los muertos que cargan mis países, los miles que han sido devorados por los tiburones del Estrecho de la Florida, y los cientos de miles de víctimas del hampa en Venezuela (cifras que en ambos casos quizás nunca sepamos, pues ninguno de los dos gobiernos las reconoce; al contrario, las desmienten y ocultan); se me antoja, repito, que esos hombres y mujeres y muchachas y muchachos, y padres e hijos y amigos y hermanos pisoteados en la danza de nuestras muertes cotidianas, son ahora rayos del sol impertinente que está en mi ventana. Y al amanecer son una tropa de guacamayas escandalosamente hermosas que bajan del Avila a planear sobre esta ciudad infeliz y acobardada.
Guacamayas sobre Caracas

(*) Esto fue escrito el 2 de noviembre pero lo coloqué el 3.
(**) Me encantaría escuchar esos nombres, además, insertos en una conversación en catalán. Toda una delicia destrozagargantas.