"Home" es el
cierre del musical "The Wiz", versión soul de "The Wizard of
Oz" ambientada en una New York de fantasía, pero igualmente quebrada y
caótica. Fue la primera vez que un elenco de actores negros ganó el aplauso del
público "mainstream" (entiéndase: blancos) norteamericano.
Y estamos hablando de 1975, para quienes
adoran decir que "los negros sí se quejan”.
Su inspiración, más que el libro de Lyman
Frank Baum, fue la película de 1939 "The Wizard of Oz", que fracasó
en su estreno pero se volvió un clásico cuando la televisión comenzó a
trasmitirla. Los homosexuales de entonces hicieron click
inmediato con la balada de la joven Judy Garland, "Over the Rainbow".
Un
día le pediré un deseo a una estrella
y
despertaré más allá de las nubes
donde
los problemas se derriten
como
gotas de limón
sobre
la chimenea.
Ahí
me encontrarás.
En
algún lugar sobre el arcoíris
cantan
los pájaros.
Ellos
cantan sobre el arcoíris
¿Y
por qué yo no puedo?
Ellos, como Dorothy, sabían que acá abajo no
había mundo para ellos y sólo les quedaba imaginar otro.
Intentaron llegar a él de varias maneras.
Apostaron por persuadir al resto de la sociedad y evitaron confrontarla. Se
vistieron y actuaron como heterosexuales. Se apartaron de "las
locas", esas impresentables. Apelaron a los lobbies políticos, a la
lástima. Trataron de colarse por las hendijas de los derechos civiles de
judíos, negros y latinos, que también los despreciaban. La sociedad seguía
persiguiéndolos hasta los subterráneos mugrosos donde se refugiaban, y cuyos
dueños -la mayoría heterosexuales afiliados a la Mafia- se enriquecían cobrando
precios desorbitantes por una cerveza de mierda como impuesto al poder tomarle
la mano a otra persona de su mismo sexo. Cuando le daba la gana, la policía
allanaba esos sitios, y la prensa gustosa la acompañaba. Cazar maricones y
tortilleras era el antídoto contra un cierre de edición aburrido. Exponer caras
en el noticiero, nombres en la página de sucesos y empujar extraños al escarnio
y el suicidio eran el safari africano que sus pobres sueldos no les podían
financiar.
Hubo varios episodios de rebelión contra
ese “destino manifiesto”, pero no pasaron de ser un hartazgo momentáneo. Hasta
el 28 de junio de 1969, cuando en el hueco más oscuro del ya
insondable submundo homosexual neoyorquino, The Stonewall Inn,
frecuentado por lo más despreciado de ese conglomerado social -transexuales,
homeless, drag queens, afeminados, HIV+ y prostitutas- se les llenó la
cachimba de tierra y salieron a comerse la ciudad a ladrillazos.
El romanticismo camp que suele acompañar la
narrativa gay le atribuye el madrinazgo de Stonewall a la inefable Judy
Garland, Dorothy envejecida y alcoholizada, cuya muerte una semana antes sin
duda había impactado al conglomerado homosexual. Pero prefiero remontarme a
Lenin y aquello de que el movimiento obrero sería la verdadera clase
revolucionaria, porque no tenía nada que perder. La lucha por los derechos
civiles de la comunidad homosexual no la darían los abogados en tribunales ni
la encabezarían los que habían logrado cierto respeto social, sino quienes,
contra la pared, no tenían otra casilla a donde moverse que no fuera hacia
adelante.
La clase obrera de Vladimir, pero en
tacones y sin camisa.
--
El 28 de junio pasado, en las principales
ciudades de los países que valen la pena, se celebró medio siglo de aquella ira
que no se detendrá porque no hay momento más glorioso para un animal enjaulado
que descubrir que puede y es su deber correr a campo traviesa.
Y como cada año, más de un ocurrente preguntó
“¿Y para cuándo la Marcha por el Orgullo Heterosexual?”
Sé que tampoco esta vez servirá la
explicación, pero no está de más intentarla.
Habrá Marcha por tu Orgullo cuando como
heterosexual te hartes de que desde pequeño tu familia y tu entorno te
desprecien por el sólo hecho de serlo. Cuando tu madre te diga que te prefiere
muerto o preso o asesino, que debió haberte abortado. Cuando tu padre te muela
a palos por ser así y te eche a la calle, lejos de su amparo. Cuando te
arrastren del brazo al psiquiatra a que te interrogue sobre gustos sexuales
cuando aún no tienes idea de qué es sexo y sólo querías jugar béisbol siendo
hembra o a las muñecas aunque eres varón. Cuando te pongan en las manos del cura o
en el internado de monjas o en la Academia Militar o en la escuela deportiva
para que “te curen”, y esos curas y monjas y oficiales y entrenadores abusen
sexualmente de ti por años bajo coerción. Cuando tengas que dar rodeos de
cuadras para llegar a donde vayas para evitar encontrarte con quienes sabes que
te golpearán si te ven. Cuando seas el hazmerreír de tu clase y de tu trabajo
por machorra o afeminado. Cuando te hagan sentir abominado por tu dios y te
convenzan de que tu único destino será morir de SIDA. Cuando te envíen a terapia de conversión (actualmente en 41 estados de los Estados Unidos es legal esa práctica), y que parte de esa terapia sea aplicarte descargas eléctrica en los genitales mientras te muestran pornografía. Cuando sólo existas como
chiste denigrante en la televisión. Cuando otros desahoguen en ti el odio que
se tienen por ser como tú y cuando te hagar odiarte y sentir asco de ti mismo.
Cuando tu preferencia sexual esté en tus registros de la Stasi, el FBI y la Seguridad del Estado, cuando te declaren “parte blanda de la sociedad” y tus grados académicos y humanos no impida que te expulsen de tu facultad o tu trabajo. Cuando te prohíban acercarte a los jóvenes de tu familia o impartir clases a tus alumnos porque los vas a pervertir y a contagiar. Cuando se te niegue la protección legal del matrimonio, el derecho al trabajo, el seguro médico de tu pareja, y se te impida procrear hijos o adoptar los que los demás heterosexuales paren irresponsablemente y abandonan. Cuando el estado totalitario azuce contra ti a las hordas del fanatismo religioso. Cuando sólo el 5% de los crímenes de odio contra tu gente llegue a tribunales. Cuando la policía pueda matarte impunemente. Cuando un alto porciento de esos crímenes incluya la violación como preámbulo. Cuando las cifras oficiales de tu país digan que tienes un promedio de vida de 35 años, que antes de alcanzar esa edad estarás muerto. Cuando las redes promuevan videos de otros heterosexuales apaleados, linchados y lapidados, mientras la turba celebra. Cuando el comentario más humano a esos horrores sea “algo habrá hecho”. Cuando tus compañeros te acosen en las redes y prefieras ahorcarte aunque no hayas cumplido 12 años. Cuando tu opción sexual le parezca a alguien suficiente motivo para coger una semiautomática, entrar a una discoteca, asesinar a 49 y herir a otros 53 extraños que sólo estaban celebrando haberle ganado un fin de semana más al desánimo. Cuando tus agresores te reduzcan a golpes, y ya en el suelo, salten sobre tu pecho hasta destrozarte la caja torácica y que las astillas perforen tus órganos vitales. Cuando, antes de ultimarte, apaguen cigarrillos sobre tu piel. Cuando tu manera de vestir te gane 120 puñaladas de unos extraños que tuviste la mala suerte de cruzarte en una calle. Cuando unos neonazis te corten los dedos de las manos y los pies y los genitales, antes de degollarte, descuartizarte y dejar esos trozos chamuscándose en la parrilla de un parque. Cuando te lleven a las afueras de tu ciudad, te roben, te aten a una cerca, te golpeen con la culata de un revólver 21 veces hasta aplastarte el tallo cerebral, y luego te dejen a la intemperie para que mueras desangrado o de hipotermia. Cuando te castren químicamente y borren tu nombre de la historia, aunque creaste una tecnología que llevó a tu país a ganar la guerra. Y que te perdonen de dientes afuera 59 años después de haberte empujado al suicidio. O peor aún, que ni siquiera amerites eso.
Cuando hasta el Presidente de “el país más libre del mundo” prohíba a sus embajadas ondear la bandera que te identifica durante el mes de junio, y que la ostenten en La Habana, Moscú, Beijing y Arabia Saudita, como el faro de libertad que se supone que somos. Cuando tus dolientes tengan que guardar en casa tus cenizas, por temor a que tu tumba sea saqueada y la humillación te alcance en la muerte. Cuando haya una isla llena de tumbas de fallecidos por enfermedades relacionadas con el SIDA porque nadie reclamó esos cadáveres. Cuando simplemente te desaparezcan y nadie más vuelva a saber de ti.
Cuando tu preferencia sexual esté en tus registros de la Stasi, el FBI y la Seguridad del Estado, cuando te declaren “parte blanda de la sociedad” y tus grados académicos y humanos no impida que te expulsen de tu facultad o tu trabajo. Cuando te prohíban acercarte a los jóvenes de tu familia o impartir clases a tus alumnos porque los vas a pervertir y a contagiar. Cuando se te niegue la protección legal del matrimonio, el derecho al trabajo, el seguro médico de tu pareja, y se te impida procrear hijos o adoptar los que los demás heterosexuales paren irresponsablemente y abandonan. Cuando el estado totalitario azuce contra ti a las hordas del fanatismo religioso. Cuando sólo el 5% de los crímenes de odio contra tu gente llegue a tribunales. Cuando la policía pueda matarte impunemente. Cuando un alto porciento de esos crímenes incluya la violación como preámbulo. Cuando las cifras oficiales de tu país digan que tienes un promedio de vida de 35 años, que antes de alcanzar esa edad estarás muerto. Cuando las redes promuevan videos de otros heterosexuales apaleados, linchados y lapidados, mientras la turba celebra. Cuando el comentario más humano a esos horrores sea “algo habrá hecho”. Cuando tus compañeros te acosen en las redes y prefieras ahorcarte aunque no hayas cumplido 12 años. Cuando tu opción sexual le parezca a alguien suficiente motivo para coger una semiautomática, entrar a una discoteca, asesinar a 49 y herir a otros 53 extraños que sólo estaban celebrando haberle ganado un fin de semana más al desánimo. Cuando tus agresores te reduzcan a golpes, y ya en el suelo, salten sobre tu pecho hasta destrozarte la caja torácica y que las astillas perforen tus órganos vitales. Cuando, antes de ultimarte, apaguen cigarrillos sobre tu piel. Cuando tu manera de vestir te gane 120 puñaladas de unos extraños que tuviste la mala suerte de cruzarte en una calle. Cuando unos neonazis te corten los dedos de las manos y los pies y los genitales, antes de degollarte, descuartizarte y dejar esos trozos chamuscándose en la parrilla de un parque. Cuando te lleven a las afueras de tu ciudad, te roben, te aten a una cerca, te golpeen con la culata de un revólver 21 veces hasta aplastarte el tallo cerebral, y luego te dejen a la intemperie para que mueras desangrado o de hipotermia. Cuando te castren químicamente y borren tu nombre de la historia, aunque creaste una tecnología que llevó a tu país a ganar la guerra. Y que te perdonen de dientes afuera 59 años después de haberte empujado al suicidio. O peor aún, que ni siquiera amerites eso.
Cuando hasta el Presidente de “el país más libre del mundo” prohíba a sus embajadas ondear la bandera que te identifica durante el mes de junio, y que la ostenten en La Habana, Moscú, Beijing y Arabia Saudita, como el faro de libertad que se supone que somos. Cuando tus dolientes tengan que guardar en casa tus cenizas, por temor a que tu tumba sea saqueada y la humillación te alcance en la muerte. Cuando haya una isla llena de tumbas de fallecidos por enfermedades relacionadas con el SIDA porque nadie reclamó esos cadáveres. Cuando simplemente te desaparezcan y nadie más vuelva a saber de ti.
Cuando la heterosexualidad sea delito en 71
países y en 26 de ellos el sexo consensuado entre adultos merezca penas entre 10
años y cadena perpetua en 8 se castigue con la pena de muerte. Y cuando te
armes de valor y te eches finalmente a la calle a defender tus derechos, te
lluevan balas, ignominia, cárcel, mesas redondas, tortura y destierro, y lo
sigas haciendo con la esperanza de que cincuenta años más tarde, tus hijos
puedan medio vivir más allá del arcoíris.
---
Billy Porter ya es un nombre familiar en los
medios. Saltó del teatro aficionado a los escenarios de Broadway, y de ellos la
televisión, donde actualmente deslumbra como Prey Tell en el show de FX Pose
con su frase “The category is…” y en cuanto premio y alfombra roja lo
invitan.
El viernes pasado, cantó “Home” en la gala
que celebra los 50 años de aquellas transexuales desnutridas que se cansaron de
ser el último escalón de la especie humana, y que entendieron que los diálogos
sólo son posibles cuando arrinconas y obligas a tu verdugo a mirarte a los
ojos.
Aunque Stonewall Inn sea
desde 2016 Monumento Nacional y parada obligatoria de turistas, las
Marchas del Orgullo tengan entre sus patrocinadores las principales marcas
comerciales y no haya político en campaña que no corra a tomarse fotos
abrazando alguien LGBTQ porque no nos aceptan, pero aprendieron que somos
rentables y, albur aparte, tenemos buena espalda, Porter canta con la
legitimidad que dan las heridas. Como negro y homosexual, ha tenido lo peor de
ambos mundos. Llegar hasta allí, hasta aquí, ha sido y es un interminable acto
de terquedad que debemos renovar cada mañana. Nada por lo que pedir perdón, y menos aún permiso. Desde su personal trinchera, cada miembro de esta
heterogénea comunidad hizo un alto el viernes pasado para darse una palmadita
en el hombro, antes de seguir adelante con la cabeza erguida, ya no por los que
sobrevivimos sino por los que vendrán, por los que en este momento están
creciendo a tu alrededor y que no merecen que les hagas la vida peor de lo que
la política y la religión ya tienen planificado hacerles.
Nadie te pide que nos aceptes bajo tu techo, nadie
te exige solidaridad ni que te involucres, sólo que te eches a un lado y jodas
lo menos posible mientras cada cual construye su personal arcoiris, su casa, en sus
términos y con sus colores.
Cuando pienso en mi casa
Pienso en un lugar
Inundado de amor.
Quisiera estar en casa
Quisiera estar de vuelta
Con las cosas que ahora conozco.
El viento que inclina los árboles
Y que de repente la lluvia tenga sentido
Que lo lave todo
Y lo haga más claro.
A lo mejor hay una oportunidad de regresar
ahora que encontré mi norte
Sería tan bueno volver a una casa
donde haya amor y respeto
ahora que encontré mi norte
Sería tan bueno volver a una casa
donde haya amor y respeto
Y quizás hasta pueda convencer al tiempo
De que transcurra lentamente
Y me permita crecer.
Tiempo, sé mi amigo, déjame
recomenzar.
De pronto mi mundo se desvaneció
Cambió su rostro
Pero todavía sé a dónde me encamino.
Mi mente ha dado vueltas por el espacio
Pero aún puedo verla crecer.
Y si me estás escuchando, Dios, por favor,
no nos hagas más difícil saber
si hay que creer en lo que vemos
Dinos si debemos huir
O intentar quedarnos
O simplemente dejar que las cosas sean como
son.
Vivir en este mundo nuevo
Puede parecer una fantasía
Pero me enseñó a amar
Así que es real, muy real
para mí.
Y aprendí
Que buscando bien adentro
Hay un mundo lleno de
amor.
Como el tuyo.
Como el mío.
Como en casa.
Muy buen articulo. Lo tendre a mano para cada vez que alguien haga la preguntica capciosa. Debias seguir escribiendo en tu blog. Un placer leerte.
ResponderEliminarHola Camilo Hernández, el escritor español Ricardo Bada me ha pedido tu dirección, por favor contáctalo, saludos
ResponderEliminarCarlos M. Estefanía
Este es su mail: r.bada.hansen@gmail.com
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