jueves, 28 de octubre de 2010

En una noche tan cuchi como esta



Mariángel Ruiz, 1ra finalista Miss Universo 2003.
presentadora de tv y mamá de Victoria
Faltan horas para que comience el Magno Evento de la Belleza Venezolana, la única noche del año en que me siento extranjero en mi país. Y no lo digo por las mujeres en torno a quienes gira, que si bien no las consumo en lo sexual, me siguen pareciendo el momento cumbre de la Creación. Aún no he encontrado nada que supere la perfección de una teta, y hablo de las que tienen curvatura sólo abajo, no los chichones de Playboy que ahora cargan muchas.

Mónica Spear, Miss Venezuela 2004
es ahora Micaela
una protagonista con Síndrome de Asperger
en la novela de Leonardo Padrón
"La Mujer Perfecta"
Miss Venezuela es un ritual que, como la bicicleta, hay que aprender de chiquito. Y dime tú qué rituales puedo haber aprendido yo en un país donde nada duraba más de un año. No logro extrañar los pastelitos de guayaba ni las africanas ni el pan con timba ni ninguna de las presuntas delicias infantiles de Cuba, porque nunca fueron una constante en mi biografía: fueron apenas un esbozo de gula. Pasé años endiosando la malta con leche condensada y ahora que tengo ambas en el estante del automercado, ni las miro.
No se puede tener nostalgias de algo que solamente se deseó.
Viviana Gibelli, Miss Monagas 1987,
es simplemente incansable.
Hija de cubana caza ratón, para más señas
Y encima, llegué a Venezuela viejo y mañoso, por lo cual tampoco logré insertarme en su universo de golosinas. Nada de pasta de jamón Diablitos, Susy, Cocosette, Frescolita, y mucho menos hamburguesas de McDonald’s. Cuando salí de Cuba (…dejé mi vida, dejé mi amor) juré bajo la mata de mango del patio de mi casa que nunca más volvería a pasar hambre. Sí, como Scarlett O’Hara antes del intermedio de Lo Que El Viento Se Llevó, aunque mejor peinado y sin el vestidito. Una de mis primeras salidas en Toronto fue al templo de Todo-Lo-Bueno-del-Capitalismo (léase: McDonald’s). Cuando tuve mi primer Big Mac en la mano y descubrí que, al apretarlo, aquello agarraba el grosor de una galletica de soda sin gracia, entendí que mi destino se escribiría siempre sobre una punta trasera, término medio. Sin guasacaca ni un coño: a pelo.   

Eva Ekvall, Miss Venezuela 2000
 ganó su mejor corona: vivir
Miss Venezuela es La Noche de la Mariconería Permitida en Venezuela. Ese fue mi primer desconcierto. Las familias todas se reúnen alrededor del televisor como en una gran celebración. Papel en mano, chequean si sus “predicciones” fueron acertadas. Y lloran y ríen y se emocionan por gente que en su vida conocieron y quizás nunca conozcan. Hasta ahí está bien: algo así pasa con el fútbol y con el Festival Eurovisión.
Pero escuchar a un mecánico con un tatuaje carcelario en el brazo decir que el vestido de Miss Cojedes fue diseñado por su peor enemigo, por lo bajito: impacta. Reniego de quienes critican el evento por exponer a las mujeres como animales de feria: esas ninfas llegan a la pasarela tan despojadas de toda sexualidad, tan escondidas bajo kilos de laca y telas; tan ingenuas y asustadas, que no son hembras: son drag queens. Verlas con morbo sexual, sería como querer hacerle el cunnilingus a una Barbie: pelvelso. De modo que el Magno Evento de la Belleza es más una reafirmación en la autoestima patria que una feria de carnes, y eso lo entiende hasta el macho más básico, que hoy limita sus comentarios a los ojos, la boca, incluso a la manera de caminar o de llevar los tacones de las concursantes, cuando el resto de los días sólo le importa ese culote, esas tetotas y ese capó’e’volvágen y dame ese perol pa llenátelo e chicha. (*)


Carolina Perpetuo, Miss Miranda 1986, primera actriz hoy
Al margen de que no me verán sentado ante el televisor esta noche (mi sentido del kitsch tiene límites), doy mi respaldo al concurso. Porque hay que celebrar la belleza casi hiriente de las mujeres de este país de mezclas e inmigrantes, aunque ahora lo sea de emigrantes. Cualquiera que te encuentres por las calles tiene ancestros en Holanda, la costa negra Barloventeña y hasta algún chamán indígena. Venezuela es, sin dudas, un territorio bendito por los cruces genéticos. Y sí: es verdad que las operan, pero para que algo se pueda mejorar tiene que venir bueno de fábrica. Opérenme a mí, y vean qué sale.

María Fabiola Colmenares, Miss Lara 1994
antes de ser actriz y activista política
Y Miss Venezuela no es tampoco otro tonto concurso de belleza. Es la vía que muchos talentos han encontrado para darse a conocer. De otra manera estarían languideciendo en sus vidas mediocres porque el único consecuente cazatalentos del país se llama Osmel Sousa. En lo personal, me basta saber que Mariángel Ruiz, Mónica Spear, Viviana Gibelli, Eva Ekvall, Carolina Perpetuo y Fabiola Colmenares, mujeres talentosas y cojonudas donde las haya, se dieron a conocer a través de ese concurso.  Como no soy missiólogo (**), a las pruebas me remito, y por ellas me quito el sombrero ante Osmel y sus muchachitas. Aunque esta noche no encienda el televisor. Porque, además, a Miss Apure siempre me la maquillan mal. ¡Y eso me pone los nervios de punta!

(*) NOTA AL MARGEN: Lo confieso, soy un apasionado de los piropos ordinarios y conozco unos cuantos que harían sangrar los tímpanos de los puristas: “Ven pa llenáte la barriga e gente”. “Si así es la diarrea: que me muera cagando”. “Estás como el queso e dieta: RICOTA”. “Si mis ojos fueran alfileres: porecito tu culo”. “¿Crees en el amor a primera vista, o quieres que pase de nuevo?” “Quién fuera perro pa miáte los cauchos”. “Estás como la sartén: caliente y pa echáte guebo”. “No muevas tanto la cuna que se me para el muchacho”. “Me tienes comiendo cemento y cagando bloques”. Pero ninguno le llega a los talones a uno que escuché en la cafetería de la esquina de mi facultad, en La Habana: “si con ese culo que tienes, te tiras un peo adentro e una caja e talco: tenemos niebla dos meses”.

(**) Missiología: rama del saber nacional que consiste en conocer por nombre y apellido a todas las misses que en el país han sido, amén de los estados que representaron, la ropa que usaron, y los accidentes que tuvo cada edición del concurso. Nada más entretenido que oír a una loca, por lo general muy fea y con una dentadura deplorable, enzalzar las bondades de Miss Aragua del 72 y los aportes de Miss Dependencias Federales del 81 a la ulterior selección de Miss Trijillo. Todo eso adornado con profusión de "fuistes" y "estuvistes". Si emplearan tal pasión en hobbies como leer buenos libros,  estudiar por la noche o ir a los museos, Venezuela sería más culta que la Florencia de los Médici


miércoles, 27 de octubre de 2010

60 años de televisión cubana y una semana sin Juanito

Juanito Vilar y Marta Hernández.
Vedado, 31 de dic 2007
El pasado 24 de octubre se cumplieron seis décadas de la primera trasmisión de televisión en Cuba, desde el patio de una casa de Mazón y San Miguel. Son sesenta años que se pueden desglosar en 8 que definieron el género (muchos de esos pioneros aún mueven los hilos de la producción televisiva en muchos países) y 52 de supervivencia, de marchas y contramarchas, de burócratas torpes o perversos y, a pesar de todo y sobre todo, de gente maravillosa.
Yo le entré a la televisión por partes. La primera, en la escuela primaria. El padre de Luis Rosales, uno de mi aula, trabajaba de carpintero en el Canal 6 (antigua CMQ de los Hermanos Mestre, que salieron al aire el 18 de diciembre del mismo 1950) y nos llevó a un recorrido por el lugar. Ya en 6to grado y dada mi constante presencia sobre las tablas de cuanto acto cultural se hacía en mi colegio, Yiya Amaya, una avezada guionista que por entonces le metía el pecho a la difícil tarea de escribir telenovelas “de contenido revolucionario” (aprende, Román Chalbaud) me consideró para un cameo en una de sus historias que siempre venían en dos partes: antes del año 59, donde había una sirvienta que sufría mucho porque los dueños de casa la trataban de lo peor y encima vivía en Las Yaguas (mi barrio favorito, el Palo Cagao, nunca fue considerado como locación) y después del 59 cuando triunfaba The Revolution, los dueños se iban para Mayami y la criada se quedaba con la casa, los muebles y todo. Tengo tatuado a fuego el recuerdo de Miriam Mier (nuestra Lucerito de entonces) acariciando un sofá con un morbo patológico que no volvería a ver hasta el ama de llaves tortillera de Rebeca, la película de Hitchcock.  
En una de esas novelas hubo una escena mía, como compañerito pionero impartiendo una clase en un aula donde estudiaba la entonces estrella infantil Albertico Pujols. Como la televisión era en vivo no hay constancia. Pero sí: hice una escena de telenovela donde yo hablaba y Albertico oía.  
Mi tercera y definitiva entrada a la televisión fue en el 85, cuando asumí que mi condición de “débil ideológico” jamás me permitiría conseguir los trabajos que el resto de mis compañeros de universidad ya tenían en ministerios y embajadas. Hubo una feliz conjunción de dos ángeles de esos que nos caen sin proponérselo: H Zumbado e Hildita Rabilero. Zumbado, humorista de oro, me había dado trabajo como asistente, nombre pomposo que consistía, básicamente, en despertarlo cada mañana, hacerle café para que se le bajara la pea de la noche anterior y obligarlo a sentarse a escribir los mil encargos que recibía y que nadie sin su verbo brillante podía hacer. Hildita, hija de la gran Eloísa Alvarez Guedes y sobrina del humorista Guillermo, tenía un programa en el Canal 2 que hizo época:  el magazine Contacto. Vía recomendación de Zumbado y aceptación de Hildita empecé a hacer televisión y a la luna de hoy, 25 años después, no he parado.
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Tuve más suertes que desventuras en los años que trabajé en el edificio de 23 y M. Hubo resistencia a que entrara gente nueva, pero siempre ganó el optimismo. Y si tengo que ponerle una cara a ese optimismo, sería la de Juanito Vilar, un director que se nos fue este 20 de octubre. Un animal de televisión con una larga vida que los perezosos  despachos noticiosos de la Isla resumieron en 70 palabras, menos que los años que tenía al morir. Juanito con Marta su esposa, ejecutiva de la televisión como Migdalia Calvo, el camarógrafo Tati Trueba y los directores Mirta González y Carlitos Piñeiro, son mis padres profesionales y a ellos debo agradecer que entonces hayan protegido las débiles hierbitas que éramos de los vientos que nos rodeaban, de los traspiés que nos ponían los intereses creados y de las tantas delaciones que padecimos. Porque el hijoeputa daba al cuello, que quede claro. Pero el diablo son las cosas: no sé dónde están los que firmaron una carta para que no se les permitiera hacer televisión a actrices nuevas como Beatriz Valdés, (otra discípula de Juanito) pero sí sé que Beatriz es hoy uno de los nombres más respetados de éste, nuestro segundo país. Y no sé dónde andarán Virginia Wong y su marido Luciano Mesa, que me denunciaron a la Seguridad del Estado y gracias a quienes era citado a dar huellas dactilares o hacer pruebas de caligrafìa cada vez que pasaba algo irregular en los estudios; pero sí sé que sigo haciendo lo que me gusta, y mejor aún: hasta me pagan por eso. 
De pie: Juanpín Vilar, Beatriz Valdés, Camilo Hernández
y Luis Alberto García.
Sentados: Juanito con la hija de Juanpín y Marta Hernández
Cuando volví a Cuba después de 17 años y varios exorcismos imprescindibles, hice pocas visitas fuera de mi familia. Una de ellas fue al caótico apartamento de los Vilar, en 21 y M, detrás del edificio de la televisión. Más que la alegría de ver a Juanpín, mi compañero de primeras andanzas audiovisuales convertido en todo un padre, me enterneció ver cómo, mientras conversábamos en el balcón y nos poníamos al día, la mano de Juanito buscaba la de Marta y sus dedos se entrelazaban con los de ella, donde estuvieron toda la vida. Fue una tarde hermosa, y aunque han pasado ya tres años, siento que ahí les dije a ellos –y por extensión, a todos los demás- cuánto les agradezco ser quien ahora soy.
No creo que Juanito descanse en paz, porque en el cielo de la televisión, que sé que existe y está lleno de gente fantástica, ya esté en lo profundo del mar o en lo infinito de los cielos, como decía un programa de mi infancia, el incansable padre de los Vilar debe andar ya inventando alguna vaina.
Que va a ser buena, no les quede duda.

El último gotán de Nerkich (*)


Susana Rinaldi, la gran cantante de tangos, me comentó una vez que Cuba era el único país del continente donde a los argentinos "se nos quería bien". Y atribuía tal empatía a que ambos nos sentíamos excepcionales como identidades patrias, sabrá Dios basándonos en qué errónea data.
 Oíd el ruido de rotas cadenas / ved en trono a la noble igualdad”, cantan en los actos patrióticos de Argentina y en las orillas de la isla les responden: “en cadenas vivir / es vivir en afrenta y oprobio sumidos. / Del clarín escuchad el sonido / a las armas, valiente, corred”.  Y en Buenos Aires rematan “y los justos del mundo proclaman / al gran pueblo argentino: ¡salud!
Y no lo dicen porque el pueblo argentino haya estornudado: es que la misión de los hacedores de himnos y los patriotas, patrioteros, lameculos y oportunistas del nacionalismo es tejernos leyendas de gran cosota, así seamos una cagarruta de chivo. Nuestros hijos son siempre los más valientes, nuestras mujeres las más bellas, nuestros cielos los más azules, y nuestra sangre la que más profusamente se derramó por alcanzar la libertad. Hasta a José Martí se le volaban los tapones cuando hablaba del tema. Hiperbólico, proclamaba que en esos casi 111.000 kilómetros de colonia española se estaba decidiendo la suerte de la Humanidad, el futuro del Planeta, la Dignidad de la Raza y hasta la final de American Idol. Martí era más épico que Tolkien. Y para que vean cuán exactas fueron esas predicciones: Cuba lleva más de medio siglo ausente del mundo y a todos les ha ido del carajo sin ella.
Los argentinos también se las traen. Lograron la proeza de venerar a la misma persona desde la izquierda, la derecha, el norte y el sur: Juan Domingo Perón, un militar abiertamente pronazi que elevó a categoría de deidad pagana a su primera mujer, y arruinó el país -y la psiquis del país- hasta el sol de hoy.
No hemos sido muy agudos en nuestros dos países a la hora de diseñarnos un destino.  Será que los intelectuales se dedicaron a escribir lo mejor posible y el pueblo a pulir los pasos de sus bailes y las armonías de sus músicas, que les dejamos la política a los políticos, o a los militares, que son los políticos por antonomasia en este continente-cuartel. Y así hemos ido de desazón en desazón, de zancadilla a dictadura, esperando una salvación que sólo llegará cuando entendamos que las naciones son responsabilidad de todos y no de unos cuantos disfuncionales que se creen El Mesías.

Al conocer la noticia de la repentina muerte de Néstor Kirchner, me viene a la mente un dato curioso: el patrimonio de esa familia ha crecido un 710% desde que llegaron a La Casa Rosada. Así sí vale entregar su vida a la Patria y sacrificarse por ella hasta morir de infarto.
Claro, nada de esto será mencionado en el elogio que se haga de él en los días profusamente kitsch que tenemos por delante: la Historia la escriben los que tienen la sartén por el mango. Pero, por desgracia para ellos, el mango no permanece siempre en las mismas manos y al final todo se sabe. A menos, claro, que seas argentino o cubano, que sólo escuchamos lo que queremos oír. Y así nos va.
Debe ser por eso que nos queremos bien, como me dijo La Rinaldi.

(*) el vesre es una jerigonza rioplatense que consiste en invertir las sílabas (re-vés = ves-re) muy usada por tangueros.

viernes, 22 de octubre de 2010

DETESTADOS QUELOIDES (*)

Cartel de la muestra Queloides, curada por Alejandro de la Fuente,
a quien le prohibieron la entrada a la Isla.


A Gilberto "el único niño negro de mi aula" en la Universidad.
A Albita Rodríguez, que un día dijo
con toda razón que, sin los africanos,
este hubiera sido un continente lamentable.

Mi último trabajo en Cuba fue un unitario para una serie llamada "Convivencia", una tontorrada que, como su nombre sugiere, pretendía enseñarnos a coexistir sin matarnos los unos a los otros o, en todo caso, sembrarnos la culpa, en tanto individuos, por las psicopatías de un país donde el hombre de a pie es el menos responsable. El elenco era pequeño pero variopinto: una actriz joven y conocida de televisión, un actor de la vieja guardia teatrera y los entusiastas principiantes del grupo teatral La Colmena, de Carlos Alberto Cremata. Apenas se comenzaba a permitir la entrada a la televisión de talento de otras procedencias, pues el pomposo Instituto Cubano de Radio y Televisión había sido por años un coto cerrado con una planta actoral bastante limitada en cantidad –y calidad- que dio pie a exabruptos como ver actores de treinta y pico de años haciendo de adolescentes. Con pocas y agradecidas excepciones, se dedicaron a hacernos la vida un yogurt a los nuevos.
Pero ese no es el cuento. El cuento es que escogí como protagonista masculino a un negro, policía de día y actor aficionado de noche. Y nunca, ni antes, ni durante ni después de haber sacado al aire esa media horita de ficción logré esquivar la pregunta: ¿para qué usas un negro si el unitario no trata del racismo?

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No es noticia que Cuba es uno de los países más patéticamente racistas del mundo, donde aún se usan conceptos como adelantar la raza (mezclarse con blancos) o atrasarla, si la mezcla va en la otra dirección. Advertencias de padres a hijos como yo no peino pasas (pasas = cabello de negro); declaraciones de inmenso cinismo como la hecha por Fidel Castro a mediados de los 80’s, llamando a incluir más mujeres y más negros (sic) en la dirección del Partido Comunista, como si hablase de agregar a la dieta brócoli y coliflor, que saben a mierda pero son buenos para la salud. En ese contexto a nadie le pasa por la mente que la negritud pueda mostrarse sin ser un “problema”. En los años 70, el reducido grupo de actores negros de la televisión protestó enérgicamente porque sólo les daban papeles de sirvientes en los dramáticos, y los directivos no tuvieron más remedio que darles finalmente su propio dramático. Que fue una historia de negros cimarrones (**). Sin comentarios.
En mi caso, recuerdo que les propuse a los burócratas (todos miembros del Partido y personal de confianza) echar el cuento a la inversa, y mostrar la lucha de una rubia de ojos azules por ser aceptada. No es lo mismo y no te hagas el gracioso, me respondieron. No hubo manera de lograr un entendimiento, pero logré sacar al aire el unitario sin mencionar ni una vez the N Word, como dicen los gringos. Y para mi gozo personal, colé en la escenografía un retrato de la madre del protagonista: nada menos que Billie Holiday.

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El tema negro sigue siendo tratado en Cuba con pinzas y mucho asco. Ser negro en Cuba está bien mientras se limiten a pegar saltos folklóricos, hagan actos a lo Cirque Du Soleil en el primer show de Tropicana, ganen medallas deportivas o dancen desnudos y pintados por Mendive, un pintor oportunista que ha puesto en venta desde su raza hasta los cultos afrocubanos en los que presuntamente cree, con tal de narrar su vida en dólares.
Ahora, quien pretenda ir más allá, tocar la cicatriz hipertrofiada del racismo que recorre la mejilla de mi país, pasa a ser enemigo, incluso agente de la Afro CIA
Nos nos confundamos: a más de medio siglo de Revolución redentora, el negro sólo se sigue viendo bien en los frijoles, en los zapatos y en algunos poemas del mulato Nicolás Guillén.
PS: Sería buen momento para dejar sentado que no me causan gracia los comentarios racistas. Pero como siempre queda algún descarriado por ahí, le propongo un ejercicio sencillo de autoestima: párate desnudo frente al espejo. Y a continuación ve cualquier video de Yotuel Romero, de Orishas.
Si después de eso insistes en creerte superior a los negros, tú lo que estás es mal de la cabeza.  



(*) m. (dermatología) Cicatrización patológica, irregular que se asemeja a las patas de un cangrejo. Se debe a un exceso de colágeno en la dermis (piel) durante la reparación del tejido conectivo. Es, por así decirlo, una cicatriz hipertrofiada. Abunda entre los jóvenes y la gente de raza negra.
(**) Los cimarrones eran esclavos rebeldes que huían al monte.

jueves, 21 de octubre de 2010

Dia de la Culo-tura Nazi-onal

"Venezuela y Cuba son cada vez más la misma cosa" Raúl Castro.
Bandera cubana ondeando en el aeropuerto de El Vigía, Mérida, Venezuela.


Entre las cosas que me ayudaron a sentirme menos extranjero en el complicado proceso de integrarme a Venezuela como uno más, la más importante fue el enorme aprecio que se les tenía a los de Cuba. En todas sus variaciones, como víctimas de un horrible sistema o como beneficiarios del mejor gobierno del continente, se nos recibía, quería y ayudaba.
El Ateneo de Caracas organizaba regularmente ciclos de cine cubano en la Sala Margot Benacerraf y charlas con poetas y ensayistas de allá, mientras el Teresa Carreño incluía en su programa a Jorge Luis Prats, Frank Fernández, Pablo Milanés y Chucho Valdés, mientras por otras vías llegaban Willie, Celia, Albita y La Sonora, a coincidir sobre el mismo escenario.
Caracas, para mis oídos asombrados, era una fiesta como el París de los años 20 lo fue para Hemingway.

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Hoy, 20 de octubre, se celebra el Día de la Cultura Cubana, por cumplirse 142 años de la creación del himno nacional. En Caracas han organizado un acto dentro del Fuerte Militar Tiuna, más alguna gala pendeja en el otrora respetable Teatro Teresa Carreño, hoy rebajado a sala de actos del partido de gobierno y espectáculos pseudo folkloristas. El público será, en el primero, soldaditos obligados, y en el segundo, gente arriada en autobuses a aplaudir un cuento que ni conocen ni les interesa.
En el Fuerte Militar proyectarán un biopic de José Martí, un hombrecito con úlceras en los tobillos que soñó un país fervientemente civilista. La cultura cubana de este medio siglo reciente ha sido un pulso fuerte entre civilidad y militarismo. Y a pesar del Ché Guevara y su abierta hostilidad hacia los intelectuales y los maricones, a pesar de Papito Serguera y la veneración de Norberto Fuentes hacia los militares fálicos, y La Fílmica de las FAR y la UMAP y tanto guajiro con grados poniendo la pistola y los cojones sobre la mesa, porque así es como se trata con esta gente, se logró construir un arte de civiles.
Hoy, los nuevos revolucionarios de blackberry y cuenta en paraísos fiscales, a cambio de regalarle a Fidel un petróleo que no es de ellos, han adquirido los derechos de la vapuleada y sobreviviente cultura cubana y la exhiben como cabeza de animal disecado en sus saraos.
A los de allá qué les importa: un día más en el poder no tiene precio. Lo demás, la dignidad y esas tonterías,  vendrán algún día, supongo que con Master Card.  


miércoles, 13 de octubre de 2010

LA BANDERÍA ECOLÓGICA

Me tomó un tiempito caer en cuenta de algo evidente: en Cuba tuvimos una bandera como la de Chile, pero al revés. Fue la que portó Carlos Manuel de Céspedes en el opening de la Guerra de los Diez Años, y que tanto conmueve cuando narran que fue bordada por las humildes manos de una hermosa negra de nombre Candelaria Acosta Fontaine, Cambula para los íntimos, desesperada ella por romper los ominosos grilletes que laceraban a La Patria y por eso empezó a hacer material Pe O Pé motu proprio.
Cambula era la esclava y la querida de Carlos Manuel. Seamos objetivos:  o bordaba o bordaba.
La bandera de Céspedes fue un intencional acto de agradecimiento hacia la ya existente República de Chile por el respaldo que dio a los conspiradores cubanos de 1866. Con el mismo diseño se invirtieron los colores, y dejaron claro que se aspiraba a una Cuba libre y con conciencia del reciclaje. Pocos países pueden decir eso.  Tomo de la revista cubana Mujeres la descripción del making of, para que se tenga conciencia de las destrezas de Cambula:

…Así, fue utilizado el cielo del mosquitero de una cama para obtener el rojo, que resultó ser un rosado subido; cortó un pedazo de una tela, probablemente de hilo fino que días antes había guardado para hacerse un corpiño y por último un vestido azul completó la demanda. El hecho de no ser Cambula una costurera experta imposibilitó, quizás (sic) que hubiera salido mejor la tarea, pues no pudo hacerse con las medidas exactas desde el punto de vista rectangular.

Por más que la prosa endulce el cuento, uno intuye que aquello fue una chapucería digna de alquilar balcones. Esto fue lo que salió al aire


Cuba tuvo un montón de banderas antes y después del 68, pero no les fue bien en taquilla. La de Joaquín Infante se remonta a 1810; hay tres de la logia masónica de Los Soles y los Rayos de Bolívar de 1823; una de ellas así
que fue una pena que no quedara, porque hubiera sido una hermosa toalla de playa: tiene cierto aire Versace. Hubo tres banderas más de la conspiración de la Mina de la Rosa Cubana, en 1848, y una miríada de banderas, banderitas, banderones, chicharritas, chicharrones, mariquitas y papitas fritas.
Eso responde de una buena vez la pregunta de por qué Cuba tardó tanto en independizarse de España: ¡estábamos haciendo banderas, ¿les parece poco?!
Un ejemplo aún mejor de reciclaje es la actual bandera cubana,  también conocida De Narciso López, aunque la diseñó el poeta Miguel Teurbe Tolón -y esta vez la cosió una que sabía-, que se inspira en la americana.
y, además, ha probado ser efectiva para tapar pantallas de embajadas con noticias indeseables.
Aunque la bandera de Puerto Rico no se elaboró con el mismo corte de tela que la cubana -pudo hacerse, y así compartir el presupuesto patrio- su idéntico diseño con inversión de colores es intencional para subrayar la hermandad entre ambas islas vecinas
al igual que el verso de Lola Rodríguez de Tio “Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas”, que creo debíamos dejar de citar en pos de la hermandad de los pueblos del Caribe: si ubicamos el verso en su real contexto geográfico veremos que el culo del pájaro es Jamaica. 
En la bandera cubana también se inspiraron las de Filipinas
Y las separatistas catalanas conocidas como Estelada Blava (azul)
Y Estelada Vermella (roja)
Que es la blava sin presupuesto.
Como ven, una auténtica bandería ecológica.

PS: Cuando vi Salvando al Soldado Ryan, no creí que gobierno alguna invirtiera hombres y dineros en rescatar a individuos. Crecí en un país donde me enseñaron que La Patria es la suma de muchos nosotros sin rostro, y vivo en otro que prefirió dejar morir a su gente que aceptar ayuda norteamericana en medio de nuestro mayor desastre natural por considerarla "una violación a la soberanía". Chile no escatimó esfuerzos para salvar a 33 hombres humildes, uno de ellos extranjero.
El problema es mío, por elegir siempre el lugar perfecto pero en el momento equivocado.
Como la rusa de Baracoa.

martes, 12 de octubre de 2010

Colón, el Adanismo y el Día de la Resistencia

Conócela, pueblo: esta es la resistencia indígena

Hay que ser infantil para agarrarla con Cristóbal Colón a estas alturas del juego. Es como encabronarse con Atila o andar mentándole la madre a Jerjes I por haber exterminado a Gerard Butler y su tropa de musculocas en la batalla de Las Termópilas, según nos la contaron en 300, una película homoerótica de la que se concluye que Atenas pudo haberse salvado si esos machos medio encueros, en vez de combatir,  se hubieran ido juntos a un sauna a liberar tensiones.
Lo que pasó, pasó, menos en esta tierra donde hace una década los papeles se trastocaron, y como decía el inolvidable Gato Jinx de Huckleberry Hound: yo iba detrás y ahora voy delante. La izquierda que conocíamos –léase: los que iban a Cuba semanalmente, incluida Isa Dobles, pero eso es otro cantar que cantaré otro día- ahora son inclaudicables opositores al gobierno (salvo excepciones) y los que antes fueron adecos (AD es un partido político) y rendían culto a Willie Colón por decir las cosas como son, ahora lo amenazan de muerte y (también salvo excepciones) están descubriendo al Silvio Rodríguez de los 70’s.
Y lo querrían más si Ojalá fuera un merenguito apalmichao (pero eso se puede arreglar: creo en los poderes creadores del pueblo, como decía Nazoa).
Vivimos tiempos de Adanismo, que el DRAE define como “Hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente”. Un día el Presidente descubre Los Miserables de Víctor Hugo y se deslumbra tanto que ordena una edición masiva para regalarle a la gente por la calle; cuando se sabe que hay que tener un corazón en medio’er’pecho para pasar de leer nada a tragarse entero el cuento de Jean Valjean, la puta que era puta sólo por complacer a la familia, la niñita atravesada y la sospechosa obsesión del inspector Javert por pisarle los talones o algo más al expresidiario. Y se declara marxista (el Presidente, no Valjean) para acto seguido admitir que no ha leído nada de Marx y la mismísima Academia Española tiene que bajar la cabeza y hacer una reimpresión de Cien Años de Soledad con prólogo de José Saramago, porque al hombre de aquí le cae mal Vargas Llosa, quien hizo el prólogo para el resto del mundo.
Con esta falta de seriedad -incluida la de García Márquez al permitirlo- no se puede. 
Hace ya seis años y por estos días, un grupo decidió cobrarle tres siglos de despelote (no cinco, que hay que cargar dos a la cuenta de nuestros próceres, caudillos y tiranuelos de toda laya hasta el sol de hoy) a Colón y echaron al suelo la modesta estatua que tenía en las cercanías de la Plaza Venezuela. El tradicional Día de La Raza fue cambiado a Día de la Resistencia Indígena, al grito de anakarina rote, que en dialecto Caribe significa, dicen, sólo nosotros somos gente. Consigna infame y fascista avant la lettre porque no abarca a todos los indígenas de por acá, sólo a los de esa tribu.  Los Caribes, para quienes no los recuerdan, eran caníbales y guerreros, y cada vez que querían cenar afuera llegaban a Cuba y se zampaban en alegre tertulia a nuestros inditos taínos, que tan malos no estaban si los Caribes remaban tantas millas por un tartare de nalga servido en hojas de plátano.
Si aplicamos la sabia máxima venezolana de que la salsa que es buena para el pavo también lo es para la pava, Cuba debía romper relaciones con Venezuela hoy mismo. Que si bien es feo que te esclavicen, mucho más grave es servir de menú en contra de tu voluntad. Y, viceversamente hablando, no sé qué hacen los venezolanos hablando con los cubanos después del intento de invasión de Machurucuto, que fue hace 43 años, no 518 .
Mirar atrás con resentimiento es un ejercicio estéril y perverso si además es selectivo. Si defenestramos a Colón, sigamos con Bolívar (que entregó a Francisco de Miranda a los españoles), o con el viejo Marx (que llamó a Bolívar “el Napoleón de las retiradas”). Y en acto público y trasmitidos en cadena nacional para ambos países, meemos la bandera y el escudo cubanos, creación de un venezolano monárquico llamado Narciso López, que no contento con combatir contra Bolívar, quería que Estados Unidos se anexara Cuba.  
Y por ahí palante, ad infinutum. Y ad nauseam.
Hoy los indígenas venezolanos que mendigan en todos nuestros semáforos se resistirán, si acaso, a que les den sencillo en vez de billetes. Más allá de una estatua tumbada por descendientes de españoles que gritaban en el idioma de los conquistadores, muchos discursos de ocasión y unos diputados que ni pinchan ni cortan, la vida para ellos sigue siendo la misma. En todos los consulados españoles del continente hay colas de gente reclamando sus ancestros peninsulares para hacerse ciudadanos de la Comunidad
Y unos ahí siguen descubriendo el nuevo mundo, con cinco siglos y piquito de retardo procesal.

domingo, 10 de octubre de 2010

Carlos Manuel: un hombre recto y un destino torcido


Carlos Manuel for Dummies

El Carlos Manuel de Céspedes de mi infancia era un señor con parálisis facial producto de un mal pintor, que estaba posado encima de la pizarra de mi aula y miraba la nada con ojos estrábicos y tristes. Aún no lo habían descolgado para poner en su sitio –físico e histórico- la imagen del Ché que hizo Korda. De hecho, el argentino aún estaba vivo y metiendo la cuchareta por medio mundo.
Cada 10 de Octubre se hacía un acto en el patio de mi colegio para recordar El Grito de Yara, cuando el bueno de Carlos Manuel salió al patio de su ingenio La Demajagua, y de una concedió la libertad a sus esclavos y con apenas 147 hombres –llegaría a tener 17 000- decretó la libertad de Cuba y su empeño en hacerla cierta. En esos actos di mis primeros pasos como actor, as Carlos Manuel.  Con un bigote de corcho quemado por todo armamento, le daba la libertad a una tropa de negritos pintados con betún porque en mi escuela no teníamos originales.  Eran instantes emotivos para mí, la maestra, nuestras madres y la digna representación de pequeños Al Jolsons que me acompañaba.
En algún momento entre ese patio y hoy, se extravió Carlos Manuel, y el 10 de octubre terminó siendo si acaso una calzada ruinosa y maloliente de La Habana. Hoy, a 142 amaneceres de aquella fecha, el diario Granma de Cuba puso en primera plana un recuadro perezoso con un fragmento del discurso que dio Fidel Castro 42 años atrás, en el Centenario de La Demajagua, muy por debajo en importancia y presencia que la más reciente Reflexión del Compañero, empeñado como está en que se acabó lo que se daba y aguántate de la brocha, que los iraníes se llevan la escalera.
Me temo que hay un marcado interés en que nos olvidemos de él, sabrá Dios por qué perverso motivo. La Orden de Carlos Manuel de Céspedes fue nuestra Legión de Honor hasta que, en 1979, fue cambiada por la Orden José Martí. La de Céspedes no fue siquiera degradada: se eliminó y no por falta de espacio, porque existen condecoraciones con los nombres de varios emblemáticos del establishment, incluidos Carpentier, quien nunca renunció a su impostado acento francés, la suicida Haydeé Santamaría -el suicidio, para católicos y comunistas, es pecado, por más razones que la pobre mujer haya tenido para querer morirse- y el oportunista Juan Marinello, quien, por ser,  hasta fue ministro sin cartera del gobierno de Fulgencio Batista.  Algo hay en contra de este hombrecito con la vida resuelta que bien pudo hacerse viejo produciendo azúcar sin meterse en líos, que era bajito y bien parecido -por más que el grabado de mi colegio se empeñara en demostrar lo contrario- y también inteligente, deportista, amante del ajedrez, exitoso con las damas y hasta competente componiendo melodías: co-escribió la música de La Bayamesa, la más antigua canción de amor que se recuerde en Cuba, con letra del poeta José Fornaris
No recuerdas, gentil bayamesa,
Que tú fuiste mi sol refulgente,
Y risueño, en tu lánguida frente,
Blando beso imprimí con ardor… (*)
Con la edad que tengo yo este domingo, Carlos Manuel fue declarado primer Presidente de la República de Cuba en Armas y seis años más tarde, depuesto de ese cargo por la misma Cámara de Representantes que ayudó a crear y a la que otorgó el poder para destituirlo, a la espera de un salvoconducto para abandonar el país que nunca llegó y sin la escolta que le correspondía y le fue retirada, dio con su pierna renga y sus ojos casi inservibles en el poblado de San Lorenzo. Ahí  enseñaba a los niños de la zona a leer y escribir cuando lo encontraron los españoles del batallón de San Quintín porque alguien lo delató (si en este continente hubiera un panteón para los traidores, sería tres veces mayor que el de los leales). No se entregó: tuvieron que matarlo como antes habían matado a su hijo, al que quisieron usar para negociar una rendición que jamás aceptó. Carlos Manuel perdió a su primogénito y así ganó el honroso título de Padre de la Patria.
Así era de verdad.
Hoy, el Manifiesto del Diez de Octubre, carne de sus desvelos, sigue siendo una dolorosa aspiración
Nadie ignora que España gobierna a la Isla de Cuba con un brazo de hierro ensangrentado (...) que teniéndola privada de toda libertad política, civil y religiosa, sus desgraciados hijos se ven expulsados de su suelo a remotos climas (…)  la tiene privada del derecho de reunión (…) no puede pedir remedio a sus males sin que se la trate como rebelde y no se le conceda otro recurso que callar y obedecer...»

Sólo habría que cambiar la palabra España.
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Hoy abrí el periódico en Caracas y encontré que era 10 de octubre. Y recordé el epitafio que siempre he imaginado sobre la tumba de Carlos Manuel: “No pisar el Céspedes”.
Al menos no más de lo que ya lo han hecho.
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(*) No confundir con La Bayamesa de Perucho Figueredo, actual Himno Nacional. Y menos aún con la canción homónima de Sindo Garay de dónde se extrajo la frase “lleva en su alma la bayamesa” para describir a alguien que es homosexual y se empeña en disimularlo.

martes, 5 de octubre de 2010

ETA que etá acatrá

Si yo fuera etarra, andaría deprimido. Que a la hora de las chiquitas mis aliados se pongan a mirar a otra parte como si no me conocieran es signo inequívoco de que uno entró a la categoría de los impresentables.
Yo conocí esa sensación de orfandad la primera vez que me besé con una muchacha, en una de esas fiestas del Miramar de mi adolescencia donde, a determinada hora, apagaban las luces para que la gente pudiera apretar por los rincones, entendiendo por apretar meterse la mano y la lengua hasta donde dice coyín. Me di unos besos seguramente pésimos por amateur, mientras echaba el culito para atrás para que ella no sintiera ciertas protuberancias inconfesables en aquel primer encuentro y al día siguiente, a golpe de seis de la tarde y con ese concepto del amor instantáneo que uno tiene a esa edad, corrí al punto donde ella tomaba el autobús de la beca para verla. La busqué en la multitud de uniformes y la encontré. Pero cuando me acerqué a saludarla, ella me vio y torció el rumbo para atrincherarse en un grupo de amigas del cual nunca salió hasta que subió a su guagüita Girón. Nunca más la volví a ver, porque uno tenía y tiene su orgullo, pero en el fondo la entiendo. Había que verme en esa época: con esa carátula era muy difícil que el producto tuviera salida.
Con toda la irresponsabilidad que me otorga el no ser español y menos aún vasco, creo que a los etarras les está pasando algo parecido: nadie los quiere comprar, al menos a la luz del día, porque no se ven bien en las fotos del numerito y tampoco ayuda que pongan esas expresiones lombrosianas cuando los fichan. Dime tú estos dos muchachos que acaban de detener y han dicho que recibieron entrenamiento militar en Venezuela. Por supuesto que más rápido que ya salieron las autoridades de aquí a desmentirlos, y el Presidente, que no tiene termostato, se fue de palo como siempre para aseverar que los detenidos son “dos criminales sanguinarios desprovistos de calidad humana y moral”.
Por una vez los etarras disfrutan el tratamiento que diariamente recibimos los venezolanos que no estamos con este relajo barnizado de socialismo. Pero intuyo que semejante exceso verbal no se debe a que esta gente condene realmente el proceder de ETA: han dejado demasiados murales y graffitti en las paredes de Caracas y han hecho demasiadas pruebas de amor público a los buscapleitos de todas partes para que ahora pretendan que les creamos. Y, si a ver vamos, estos son unos niños de teta comparados con el iraní y el cubano, a quien el Moratinos le encanta abrazar y por eso nadie lo ha acusado de colaborar con el terrorismo.
A estos dos muchachos los han dejado por fuera por feos. Y de la peor manera, porque si bien mi efímera novia de fiesta de sábado se me escondió, no se ensañó contándole a todo el mundo lo mal que yo besaba. Hay cosas y cosas, y uno que se vanagloria de ser amigo del Ahmadineyah no debía andar escupiendo insultos sobre la moral de unos que presuntamente no conoce.  Y si efectivamente sabe que estos dos feúchos son criminales sanguinarios, cabe utilizar la famosa pregunta venezolana: ¿cómo sabes que La Guaira es lejos?
Con el perdón de mis tantos amigos españoles y vascos, me aventuro a darles un consejo a los etarras: eso de que la mujer del César debe ser honrada y además parecerlo no debe tomarse tan al pie de la letra. Para ser un buen terrorista no es necesario tener cara de psicópata. Fíjense en Bin Laden: cuanto más uno lo tomaría por un marihuanero de muy buen ver. ETA ganaría más adeptos si el próximo detenido es un rubiote de dos metros llamado Patxi con un ángel para la cámara que ni Cary Grant. Probablemente con él tampoco consigan nada en lo político, pero al menos habrá gente dispuesta a mear en su nombre las paredes del Guggenheim de Bilbao.
Pero con lo que hay hasta ahora: ni a la esquina.