lunes, 28 de noviembre de 2011

La Banda (Sobre canción de Chico Buarque)


Estaba triste en mi vida
Cuando mi amor me invitó
A ver la banda pasar
Cantando cosas de amor.
Toda mi gente sufrida
se despidió del dolor
al ver la banda pasar
cantando cosas de amor.


Un señor serio que contaba dinero
paró.
Y un mentiroso que inventaba sus cuentos
calló.
La distraída que contaba estrellas
paró, los vio y les cedió el paso. 






La moza triste que vivía callada
sonrió.
La rosa mustia que seguía cerrada
se abrió
Y la niñada toda se alborotó
al ver la banda pasar
cantando cosas de amor. 







El ancianito olvidó su cansancio
y pensó
que aún era joven para poder bailar
y bailó
y hasta la fea corrió hacia afuera
creyó que la banda
tocaba para ella. 












La marcha alegre recorrió la avenida
y siguió
La luna llena que esperaba escondida
salió
Y la ciudad entera se asomó
a ver la banda pasar
cantando cosas de amor. 

Pero para mi tristeza
tanta belleza acabó:
todo volvió a su lugar
cuando la banda pasó. 







Y cada cual: a lo suyo;
Y en cada esquina, un dolor
Cuando la banda se fue
Cantando cosas de amor. 



Fotos Inauguración de la Plaza Los Palos Grandes 19/04/2010

martes, 22 de noviembre de 2011

LAPSUS CARNIFICIS


La foto equivocada: En el centro, Arnaldo Ochoa, confundido con Leopoldo Cintra,
junto a Fidel Castro.


Dos décadas silenciando ese apellido, y el propio Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (MINFAR) cubano, comete la gaffe de ponerlo a circular nuevamente, con motivo del nombramiento de Leopoldo Cintra Frías como su nuevo ministro, quien sustituye, por mudanza definitiva al Reparto Bocarriba, a Julio Casas Regueiro.

Leopoldo (Polito) Cintra Frías, the original

Así andará de mala la digitalización de los archivos del poder, o la presbicia del archivista. O tal vez las siete décadas de vida traicionaron al guajiro “Polito”, y buscó en el album equivocado. El caso es que la foto que Prensa Latina envió a los medios, con un pie que indica que fue tomada el 15 de enero de 1972, durante unas maniobras militares en Cuba, no es de Leopoldo Cintra Frías junto a Fidel Castro, sino de Arnaldo Ochoa Sánchez, el general enviado al paredón de fusilamiento por su vecino de foto, en un confuso caso de narcotráfico y negocios turbios que a todos nos dejó la certeza de un ajuste de cuentas entre el Mandante en Jefe y un discípulo que quizás conspiraba para derrocarlo, con esas artes ladinas tan propias de esa carrera.

Arnaldo Ochoa

Poco después de ese asesinato disfrazado de purificación,  comenzaron a aparecer por La Habana escuetos letreros de 8-A, en alusión al apellido del muerto. A la vuelta de un año, ya lo habíamos olvidado. La monarquía se ha encargado de que el horizonte de todo cubano sea la próxima comida. Los santeros predijeron cosas terribles, y precisamente en ese año, 1989, cayó el comunismo en Europa. Pero eso fue obra de la Historia, no de Ochoa, respetado entre quienes saben de eso, por ser un hábil estratega y por contrabandear maderas preciosas y diamantes de sangre durante la larga aventura cubana en el África. 

Los amantes de lo esotérico, dirán que el general está de vuelta del más allá a reclamar lo suyo, cual padre de Hamlet o de Simba, y que Polito Cintra arrancó con mala pata su vida de ministro. Yo prefiero ver en la foto una metáfora del mundo militar, con sus cortas fidelidades y su largo historial de conjuras y traiciones. Ahí está Ochoa con su soberbia verde y su panza incipiente, junto a quien, 17 años más tarde, tras condecoraciones y elogios, lo enviaría al pelotón con la misma ligereza con que seguramente el general envió a otros durante su larga aventura africana. Y tras la víctima y el victimario, a punto de saltar del tanque, está el Teniente Coronel chileno Roberto Federico Souper Onfray, quien apenas un año después de este memorable paseo, intentaría darle un golpe de estado a Salvador Allende, lo que finalmente logrará Augusto Pinochet, el 11 de septiembre del mismo año.

Dios los cría y la profesión los junta.


Fidel Castro y Augusto Pinochet



lunes, 21 de noviembre de 2011

DIOS, SEGÚN LOUIS DAGUERRE

Boulevard de Temple (1838) En la esquina, un hombre. En el último balcón del primer edificio alto de la izquierda, una alfombra.



"...después
vinieron los relojes"
María Elena Walsh.
(1939-2011)

El hombrecillo del Boulevard du Temple es una de mis obsesiones metafísicas desde que descubrí ese daguerrotipo –antecesor de las fotografías- no recuerdo dónde, pero sí sé que siendo un muchacho. Es apenas la imagen de una calle parisina captada en 1838 desde un piso alto, por el inventor Louis Daguerre (1787-1851) quien demoraba entre 4 y 40 minutos para impresionar una placa como ésta. Una nadería, si pensamos en las horas que necesitaba para hacer lo mismo su antecesor Nicéphore Niepce.

Tengo debilidad por las viejas fotos de ciudades, y no más regreso de un viaje, me lanzo a indagar cómo eran esos espacios que conocí, lo más atrás posible. Pero lo que me atrae de esta imagen pionera -más allá de ser la primera fotografía donde aparece una figura humana, o la curiosidad por ver cómo era el paseo donde luego vivió Gustave Flaubert y trabajó Lestat, el vampiro- es que no es una imagen del Lugar, sino del Tiempo. Daguerre marcó un lapso, cinco o diez minutos, quién sabe, para impresionar su placa. A esa hora el boulevard, que cualquiera con mínimas nociones de urbanismo reconoce como un sitio concebido para ver y dejarse ver, estaría lleno de transeúntes, de coches yendo y viniendo, de policías de ronda por la vereda, mujeres apresurándose al mercado, niños con perros y enamorados embelesados con el halo de gardenias que dejaban al pasar las muchachas, mientras una sirvienta sacaba la alfombra al balcón para orearla en la mañana de ese otoño. Digo que es mañana, porque nadie cuelga alfombras para que pernocten al sereno; y digo que es otoño porque abundan los árboles secos, y los frondosos lo están demasiado para ser primavera.

Ninguno de quienes cruzaron el amplio paseo, sabía que en ese momento, en la ventana de uno de sus edificios, un señor jugaba a ser Dios. En sus personales prisas, no permanecieron lo suficiente para quedar atrapados en la placa de Daguerre. Sólo un hombrecillo, justo donde la acera hace una esquina generosa para los carruajes, fue registrado. No se ve bien qué hace. Alguien sugiere que está parado ante una bomba de extraer agua, lo que queda descartado con sólo ver la simetría de la arboleda seca.  Otros aseguran que le están puliendo los zapatos, y quien lo hace debe ser un niño o joven, borroso por el movimiento. Lo único cierto es que el hombrecillo murió si saber que esa mañana, detenido en posición de escultura de Giacometti, había ganado la eternidad.

Una casualidad que es también una carcajada sobre las pretensiones de los poderosos que han contado –y aún cuentan- su presencia en eras, antes de contarla en obras. El Imperio de los Mil Años, los planes quinquenales, el Dos Mil Siempre… Los republicanos franceses inventaron su propio calendario; también los bolcheviques. Ninguna de las dos revoluciones, con sus terrores, sus guillotinas y sus gulags, completó un siglo de paso por la vida. 

Ni siquiera el recuerdo del soberbio Napoleón Bonaparte, muerto 17 años antes, queda en el aire del Boulevard du Temple. Sólo un alguien sin nombre que lustra sus zapatos, digo yo que en una mañana de otoño, en el Tiempo perfecto de Louis Daguerre, que es también otro de los nombres de Dios.

Louis Daguerre (1787-1851)