En
tributo a Dámaso Pérez Prado
(1916-1989)
Porque eran bravos los
músicos de entonces, formados en el conservatorio los unos, y en los Aires
Libres del Prado los otros, y que confluían sin desprecio para grabar las Descargas Cubanas, o para mezclar a Gershwin con el bolero, y a Strauss con la rumba de cajón. Ellos
fueron los más castigados cuando todo lo no soviético fue considerado enemigo.
La música popular se volvió anémica sin información, sin poder hacer giras por
el mundo ni cotejar lo de ellos con lo de los otros; ajena a Ravi Shankar y
Keith Jarrett, a Ornette
Coleman y Tom Jobim y Jimmy
Hendrix.
Lennon no pudo con Lenin.
Pero la música lounge sobrevivía, eterna como las
cucarachas, en las ondas de una estación llamada Radio Enciclopedia, presentadas
por una locutora con voz de aire acondicionado. No recuerdo –aunque quizás me
equivoque- que a Dámaso Pérez Prado
le hayan dado alguna vez el portazo de la censura en su cara de foca. Después
de todo, se había ido a México cuando pocos se iban, y a ese país se le debía
cierta consideración por no haber roto relaciones con el gobierno de Fidel
Castro cuando el resto del continente sí lo hizo. No se le veneraba como a Vicentino
Valdés, La Orquesta Aragón o a los argentinos Carlos Gardel o
Los Cinco Latinos, todos con sendos programas diarios en emisoras
locales. (2) Pero estaba ahí,
saltaba de cualquier bocina como un guerrillero vietnamita, al grito de guerra ¡Aaahhh:
Ugg!
Cómo
mueve la cintura, qué preciosidad.
Esa
chica está muy dura,
Qué
barbaridad.
Su
cintura, ay, qué dura,
Cómo
mueve la cintura de lavar.
Mira la
batea
Cómo se
menea
Cómo se
menea
El agua
en la batea
A ese ritmo se movía La
Habana, y no al de La Internacional. Y las izquierdas, siempre urgidas
por encontrar material ñángara con que sazonar sus relatos, no tuvieron más
remedio que echarle mano. A falta de pan, bueno es Quilapayún:
El
gobierno va marchando, qué felicidad
La
derecho conspirando, qué barbaridad
Va
marchando, conspirando,
Pero el
pueblo ya conoce la verdad.
Mira la
batea
Como se
menea…
Patético donde lo pongan.
Los chilenos quisieron copiarse la sagacidad de Pete Seeger cuando metió
los Versos Sencillos de José Martí
en los compases de La Guantanamera de Joseíto Fernández.
Pero les faltaba talento y les sobraba maniqueísmo. Hoy nadie recuerda que La Guantanamera fue alguna vez la base
musical de un programa de crónica roja. La Batea recuperó su poca
dignidad antes de caer en el definitivo olvido, y los de Quilapayún
andan pidiéndose la cabeza unos a otros. Pero eso sí: en Francia.
Fueron muchos los ritmos bailables
que trataron de imponerse a la guanajería pop de los 60. Pero eran
regurgitaciones de una música endogámica. En la Orquesta Revé, Juan Formell experimentó con sus changüí-yeyé
y sus boleros-beat, y de ahí salió a montar Van Van. (3) La Orquesta Aragón tuvo su chaonda,
Pacho Alonso el pilón, La Orquesta de Roberto Faz revivió con
el dengue, creación de – caramba, qué coincidencia- Pérez Prado allá en México, y la Orquesta Avilés tuvo sus
quince minutos gracias al pacá de Juanito Márquez. (4) Todas
fueron modas pasajeras, sin mundo, a excepción de Formell.
En esa desesperada lucha por reciclar lo cubano en nuevos ritmos floreció el mozambique de Pello El Afrokán. Creo que fue la primera megaestrella de los 60. Escucho ahora a su banda (si es que puede dársele ese nombre) y los metales son anárquicos, la percusión atropellada, y las voces de sus cantantes incoloras y desafinadas. Quizás siempre fueron así de pésimos; a lo mejor la culpa es de las grabaciones. Pero otra cosa es la memoria: ahí El Afrokán mantiene su energía avasallante. Pello fue el último elegante de la música bailable. Con sus sombreritos, sus trajes de corte italiano y sus zapatos lustradísimos, sin insinuaciones pélvicas ni letras obscenas, aparecía en televisión, en la Ciudad Deportiva, y en la plataforma más alta de una carroza carnavalera, nuestro Barry White avant la lettre, rodeado de mujeres bellísimas de todas las razas posibles, que movían sus cuerpos con pudor, sacando la piernita aquí, alzando un brazo allá, para culminar con un giro lento, extático, exultante.
Un día Pello desapareció.
¿Pasó de moda? ¿Tuvo algún problema? En Cuba lo único cierto es que no
hay nada cierto. Años después lo reencontré en un disco donde El Afrokán, más
viejo pero más ronco, rememoraba las viejas comparsas del carnaval habanero. Un
disco triste para un hombre que fue fiesta, aferrado a las congas de su
infancia para morirse menos.
Pello El Afrokán |
Pero no fue Pello quien
tuvo el honor de cerrar musicalmente la década. Tampoco las estrellas del
programa Buenas Tardes ni los izquierdosos depredadores, ni los grupos
españoles del pop franquista. Ni siquiera la Nueva Trova, que por
entonces trataba de abrirse paso.
En 1967, cuando Cuba subió
a la Plaza de Revolución a llorar la muerte del Che Guevara, un diluvio
de cuerdas arropó el acto.
¿Su autor? Dámaso Pérez
Prado.
Era el Tema de los dos
mundos, de su pomposa Exotic Suite Of The Americas, considerada por
algunos su obra maestra, y para mí un ejercicio de trascendencia que pretendía sonar a Rachmaninov y acabó siendo una
bronca a botellazos entre Duke Ellington
y la orquestica de un club de strippers,
Que una obra de un cubano exiliado
llegara a ese lugar, en ese momento y ese contexto, fue un acto de justicia
poética con mucho de ironía. Dámaso dedicó su Suite al Presidente John
F. Kennedy. O sea: el tipo era tremendo gusano.
Y había sorteado todas las censuras hasta llegar ahí, al centro mismo del
Poder, a obligarlos a oír.
No fue un desliz ni un
error: el cineasta Santiago Álvarez, responsable del momento, lo sabía y
lo aclaró. Pérez Prado es un músico irrelevante para Cuba –dijo,
sandeces más o menos- y su base de
operaciones está en los Estados Unidos, que es nuestro enemigo: pero la música
no tiene fronteras. Y sorteando
suspicacias repitió el soundtrack en su documental Hasta la victoria siempre. Desde entonces,
todo cubano que escucha la melodía, la identifica como La Sinfonía del Che.
Pérez Prado había vuelto a
casa, enyuntado para la eternidad con un argentino a quien le regalaron la
cubanía que le negaron a él.
Hoy las aguas musicales en
Cuba parecen volver al cauce que tuvieron cincuenta años antes. Qué chiste
triste. Tras dos décadas con la terrible
circunstancia de la Nueva Trova por todas partes, los artistas cubanos
aprendieron a decir lo que conviene decir en cada lugar que pisan. Si Juan Formell grita en La Habana “basta ya de abusos”, refiriéndose al
boicot que algunos tarados de Miami pretendieron hacerle al concierto de Juanes, al llegar a esa ciudad los
trata de hermanos, y sale de ahí cargado de dólares y pantallas plasma.
Los principios, esos fierros
que nos enseñaron a empuñar en cualquier lugar y circunstancia, son ahora letra
muerta ante la necesidad de cash. Si Fidel Castro alquila su imagen como Mickey Mouse, para que cualquiera se
fotografíe con él a cambio de contratos, ¿qué tiene de malo que los del dúo Buena Fe hablen en Cuba de “la jodedera de las Damas puñeteras éstas de Blanco”,
(5) y luego aseguren a un canal de
Miami que jamás han tenido un comentario
negativo sobre ese particular, sin saber que había un video del momento en
que lo dijeron? La ideología es un chicle bomba que se infla o se guarda según
garantice el regreso a casa con los bolsillos cargados de moneda convertible.
Son, definitivamente, otros los tiempos para la música cubana.
Y gracias a esa apertura
de patas, a fines de los 90 aterrizó en Rancho Boyeros un gringo llamado Ry
Cooder. Por él, Rubén González –el frustrado ejecutante de Fefita
en aquel lobby lleno de bolos- (6)
grabó su primer disco con Buenavista
Social Club, un grupo inventado para complacer a Cooder y ganarse los
dolaritos imprescindibles, y que terminó tocando en el Carnegie Hall de Nueva York, porque eran así de buenos, de la vieja escuela.
Una década antes, nos habían
visitado dos venezolanos que nos permitieron redescubrir todas las músicas que el
coleccionista de marchas nos escamoteó. Uno de ellos, Alejandro Blanco Uribe, desempolvó y remasterizó las viejas
grabaciones de Radio Progreso en una colección que tituló Cuba es Música. El otro fue Oscar D’León, que nos presentó a Beny Moré y Arsenio
Rodríguez, desconocidos por mi generación.
Cuba, como Blanche DuBois, siempre ha dependido de
la amabilidad de los extraños. (7)
Radio
Enciclopedia aún existe, aunque espero que ya no trasmita a la orquesta de Billy May. En 2003 Cooder regresó a La
Habana a grabar un nuevo disco, esta vez con Manuel Galbán, guitarrista
sobreviviente del cuarteto Los Zafiros.
En la portada resplandece, con colores de LP de antes, la luz trasera de un auto cola
de pato, símbolo de aquella Habana hedonista e irresponsable que nos condujo al golpe de timón de 1959. Su título es Mambo Sinuendo. Y su cuarto surco es Patricia,
un éxito de Dámaso Pérez Prado que estuvo una veintena de semanas en las listas
de Billboard en 1958.
Como si ya no le hubiéramos
hecho suficiente justicia al chaparrito
con cara de foca, como le llamaba Beny Moré
NOTAS
(1) En un conversatorio en la recién inaugurada Escuela
Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, Cuba, allá por 1987,
un alumno extranjero le preguntó a Fidel Castro qué tipo de música le gustaba
escuchar. A lo que él respondió que tenía una colección de marchas militares. Eso
explica muchas cosas.
(2) Uno de los editores del libro donde –oh, loco de mí- esperaba que publicaran
este escrito, es uruguayo. En vez de decirme lo que siempre supe: que no tengo
derecho a hablar de La Habana en ningún libro que ellos editen en La Habana, prefirió
mostrarse ofendido porque describí a Gardel como argentino, y no uruguayo de
Tacuarembó. Lo siento, pero Gardel dio todas sus batallas como porteño. Todo lo
demás que se diga, es ensalada.
(3) El nombre viene de la consiga “De que van, van”, de la Zafra de los
Diez Millones (de toneladas de azúcar) de 1970, una fantasía faraónica de Fidel
Castro que terminó de arruinar lo poco que quedaba en pie en el país.
(4) Juanito Márquez es el autor de “Alma con alma” y el talento detrás del
único disco memorable de Gloria Estefan: Mi tierra.
(5) Refiriéndose a las Damas de Blanco, familiares de presos políticos
cubanos.
(6) Ver “Exotic Lounge en La Habana” (Parte
Uno)
(7) Blanche DuBois, personaje central de la
obra teatral “Un tranvía llamado Deseo”, de Tennessee Williams.
Coño, yo nunca he soportado al "serial killer" argentino, sin embargo, siempre me ha gustado mucho la "Exotic Suite Of The Americas"; hasta ahora pensaba que era por Pérez Prado, del que sabía que no comulgaba con la robo-lución, pero gracias a este post me entero de a quién dedicó su composición, con lo que termino de una puñetera vez de aclarar la champola que tenía hasta ahora en el cerebro. Muchas gracias por esta información, que no creo que conozcan muchos en Cuba.
ResponderEliminarSaludos escribo estas líneas con el propósito de contactarte y ofrecerte un libro para que hagas de él un guión para televisión y/o cine. Si estoy en sintonía hazme una seña a mi correo Un abrazo
ResponderEliminarAntonio López Villegas
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