"La mujer del puerto" México, 1934 |
Cuentan que, en los años 70, Santiago de Cuba salió a recibir al presidente de Tanzania, Julius Nyerere, con una conga
Nyerere, Nyerere
Venimo’ a recibirte
Sin saber quién ere
La anécdota es tan falsa como
típica y tópica. Ni en Santiago se van de conga por quítame esta pajita, ni en Cuba hay gente capaz de mofarse públicamente de un invitado del monarca. Pero es un retrato insuperable de la hipócrita euforia que barniza los recibimientos oficiales.
Este último medio siglo cubano es un
cambalache de pasiones y despechos, según amen u odien los dueños de la isla. Ellos ordenan a quien debes ovacionar, y así harás hasta que te digan lo contrario. Y el país, como Andrea Palma en aquella vieja y
memorable película mexicana, La mujer del puerto, baja a los muelles una y otra vez, buscando noticias del hermano perdido, deshojando la ilusión de que, ahora sí, vaya a conseguir “un chino que me ponga un cuarto”: un marido que nos mantenga, incapaces como somos de ser país en solitario. A cambio le menearemos las curvas de nuestra miseria y bailaremos al ritmo y en
el idioma que nos lo pida, como esas orquestas de boda con repertorio étnico según
el contratante.
Lichy Diego, uno de los cubanos más nobles y hermosos que la vida
puso en mi camino, incluyó en su libro Informe
contra mí mismo un listado de los presidentes, gobernantes de facto,
milicos y secretarios generales de partidos comunistas que, en cincuenta años,
nos obligaron a recibir con banderas en los balcones. Todos se llevaron en el
pecho la Orden José Martí en su
primer grado, y a ninguno le fue retirada ni cuando sacaron a la luz su
costillar genocida. El alemán Erich Honecker huyó sin dar la cara por las 192 víctimas que dejó
su orden de disparar a quien intentara cruzar el Muro que dividía Berlín. Murió
en Chile, amparado por el ministro allendista Clodomiro Almeyda, y carcomido por un cáncer. El general polaco Wojciech
Jaruzelsky, que se jactaba de sus
ancestros nobles y sus lentes de marca, rindió los tanques a Lech Walesa, y pagó ocho años de cárcel
por crímenes políticos. Tuvo mejor suerte que Nicolae Ceausescu, quien terminó abaleado en un patio junto a su
esposa Elena, tras dos horas de
juicio sumarísimo trasmitido en cadena nacional, como en sus tiempos de gloria.
El húngaro Janos Kadar tuvo
revelaciones místicas en la cárcel, y murió en olor a mirra; mientras que Theodor Jhikov falleció poco después del
fin del socialismo en Bulgaria, ignorado y aborrecido, al igual que el checo Gustav Husak. Qué peor epílogo para quienes
tuvieron en sus manos la vida de millones.
Agitando banderitas recibimos
también al angolano Agostinho Neto,
por cuya permanencia en el poder mi país puso una cantidad de muertos
que quizás nunca se sepa, en una guerra civil donde el bando enemigo estaba
financiado por Estados Unidos y China. Sí, la misma China que hoy admiran, con
los mismos sempiternos jefes militares que ordenaron la muerte de nuestros
muchachos. Y también le regalaron
vidas cubanas (¿o se las alquilaron?) al etíope Mengistu Haile Mariam, de quien se cuenta que escondía bajo su
trono los huesos de Haile Selassie,
el emperador que derrocó, y quien a su vez fue derrocado y hoy disfruta su exilio en Zimbabue, con las concubinas y los millones que logró llevarse,
protegé de otro genocida aplaudido en
la Avenida de Rancho Boyeros: Robert
Mugabe.
Y no sólo nos han hecho amar a
sus jefes, también a cuanto extranjero ha llegado, arrastrado por el
vendaval sin rumbo de los intereses políticos. Les dimos nuestra azúcar a los heroicos vietnamitas,
y ellos hoy fabrican iPads para el primer mundo. Acogimos a los refugiados chilenos,
divididos en castas que ni intentaban disimular. De un lado, la élite blanca,
intelectual, políglota, a quienes el gobierno puso a vivir en los mejores
lugares, y no duraron mucho: prefirieron irse a sufrir a Suecia. Y del otro, los humildes obreros, sindicalistas del cobre: los rotos de rasgos indígenas y bastos modales, a quienes apilaron sin
derecho a réplica en el Hotel Presidente, luego conocido como El Palacio de la
Moneda, por el estado en que lo dejaron. Todos se regresaron a su país apenas retornó la democracia.
Cualquier cubano de mi generación
escuchó a los originales Tupamaros argentinos narrar entre carcajadas la mejor
manera de dar un tiro de gracia; celebró con etarras los muertos civiles de su
más reciente atentado; se sentó a la mesa o se metió a la cama con colombianos
de las FARC, del ELN, guerrilleros guatemaltecos y comandantes salvadoreños que
terminaron matándose unos a otros por el poco poder que llegaron a tener.
Lloramos con la sádica y gratuita escena de un soldado agonizando en tiempo
real, en el documental El Salvador: el
pueblo vencerá, con los huelguistas irlandeses, con la deliberadamente mentirosa biografía de Rigoberta Menchú y, en general, con cuanto drama político sucediera
más allá de nuestras fronteras. A falta de telenovela, ellos hacían parecer
menos sórdidas nuestras vidas de comparsa.
Tan comparsa éramos, que cualquier advenedizo valía más que nosotros, y lo aceptábamos como un dogma. O lo aprovechábamos. Yo, como todos mis amigos de Miramar y El Vedado, me hacía pasar por europeo para nadar en la
piscina del Hotel Sierra Maestra, reservada a los “técnicos extranjeros”. Preferíamos parecer koljosianos uzbekos, traductores polacos con olor a ajo o asesoras húngaras
de sobaco peludo: al final había una piscina enorme y limpia esperando, y sandwiches con jamón y queso en la cafetería. Los técnicos extranjeros eran tan míseros como nosotros, pero al menos compraban en
tiendas especiales. Hasta la caída del muro de Berlín, inundaron el mercado negro con aceite rancio y caviar de beluga sin fecha de vencimiento a la
vista.
Roque Dalton tenía 40 años cuando lo mataron |
Uno de ellos, Joaquín Villalobos fue a Oxford a trasmutarse en politólogo, y hoy
exhibe credenciales de “negociador”, y abomina de las revoluciones en cuya
sangre hundió los brazos. El otro, Jorge
Meléndez, es asesor del gobierno de Mauricio Funes, amigo del poder cubano. Ninguno de los dos serán juzgados por
un crimen que admiten haber cometido y que califican cínicamente como ”un error”,
cual si se tratara de derramar café sobre el sofá. La Habana no cree en lágrimas, y la
posibilidad de penetrar políticamente otro país, importa más que el reclamo de
los hijos porque se haga justicia y les entreguen
los huesos del poeta, que ni eso les dejaron.
A muchos se les hace
difícil comprender la nula valoración crítica en los amores cubanos. No entienden
que no importa quién llegue, mientras traiga o reporte algo. Y eso se
decide arriba: abajo sólo queda acatarlo. Son, somos, como los
personajes de La Piel, aquella novela
de Curzio Malaparte que describe el
día a día de un pueblo reducido a la amoralidad por la derrota. De tanto querer inútilmente a esos hermanos esquivos, de tanto darles el culo del corazón,
aprendimos a hacerlo como las buenas rameras: sin besar. Y si hay que ir a misa con el Papa, pues se va. Y si hay que salir en procesión por la
salud del venezolano manirroto y estridente, pues se sale. Al final, que es lo que importa, algo van a dejarnos.
No es cinismo: es instinto de supervivencia.
Una supervivencia que, por más dulce que aparente ser, chorrea rabia y rezuma desprecio. Muy parecida a la de Andrea Palma cuando
fumaba bajo aquel farol, en La Mujer del
Puerto.
Compadre, que buen post, certero y sentido.
ResponderEliminarFelicidades!
Siempre voy a envidiar tu manera de mezclar la roña con la gracia, el humor con la ira. Este es uno de los post que más me han gustado de la Rusa. Insisto, lo envidio.
ResponderEliminar! Que tronco de entrada Camilo! Recién la leo y la releo. Qué manera tan diáfana de describir esa prostitución de carácter que la dictadura les ha impuesto a los ciudadanos. Cuanta pudrición, cuanta simulación. Gracias por este regalo.
ResponderEliminarEn otras palabras, el comunismo ha logrado convertir en jinetera hasta el mas duro de sus hujos. Muy buen articulo, te felicito.
ResponderEliminarQuerido Camilo, suscribo lo que comenta más arriba tu tocayo y compatriota Venegas. Este texto es envidiable por la elegancia y lucidez que demuestras al describir la peor basura sin que su inmundicia te salpique. Me había asomado aquí por costumbre, sin saber que había nueva entrada, y he disfrutado con placer y creciente admiración cada línea. Yo también te doy las gracias.
ResponderEliminarAmigo Camilo,permiteme llamarte amigo, eres un excelente escritor, estan bien documentado y es clarisima tu posicion la que comparto con ardor. En America Latina, ningun pais sobreviviria a esa radiografia porque el espanto, la mansedumbre y el bochorno, son como la arepa y el cafe. Las razones son de todos bien conocidas. America ostentaba varias de las culturas mas importantes que diera a luz la historia de la humanidad. Culturas como la Azteca, La inca, La Maya, que fueron arrasadas por la decandencia economica y moral de la rancia Europa en años que tu sabras. Sobre logros que aun asombran e intrigan a la humanidad, borrachos, tisicos, ladrones y bandidos fingieron crear una sociedad mientras saqueaban violaban y mataban sin conciencia el futuro de la humanidad. De lo que has escrito, admiro tu estilo y tu veracidad, pero yo que soy latino aunque de sangre Vazca y Corsa, creci donde nada nos asombra ya. Lo bueno de tu narracion es que es aplicable hoy dia casi a cualquier geografia. De nuevo, te felicito.
ResponderEliminarChino, te faltó en esa lista Houari Boumédiène, premier argelino que por lo menos fue cuatro veces a Cuba. Dos de ellas me tocó ir de pionerito a recibirlo al "aropuerto" y una fui "escolta infantil" en el desfile de recibimiento en Rancho Boyeros. Yo ya lo consideraba mi tío de Argelia, de tanta confianza. Eso sí, nunca hablamos.
ResponderEliminarY la entrada, perra, como todas las tuyas. Congratulations
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