Minutos finales de RCTV al aire |
Hace 5 años apagaron la señal de Radio Caracas Televisión (RCTV), uno de
los dos más importantes canales de Venezuela. El gobierno disfrazó el ejecútese como una decisión técnica: el fin de la concesión radioeléctrica. Pero el actor Sean Penn, mejor dateado por pertenecer al entourage del que manda en Miraflores, aseguró en el show de David Letterman que desde allí se incitaba diariamente al magnicidio.
Más allá de ser hora de que el
señor Penn se responsabilice por sus acusaciones -y en caso de no presentar pruebas, sea llevado a tribunales por difamación- el final de Radio
Caracas como señal abierta -y el posterior acoso a que fue sometido hasta que no
tuvo otra opción que rendirse- sigue siendo una llaga supurante en las manos del país.
RCTV supo vender una imagen de modesta empresa familiar atendida por sus dueños. Criolla, honrada, progresista, y resteada con los intereses nacionales,
en nada sutil comparación con Venevisión,
su poderoso y transnacional rival: “el
canal de los cubanos” como me lo definieron con desprecio cuando aterricé
en Caracas en 1992. A RCTV la fundó
un norteamericano, y en 54 años de vida pública, su desempeño no fue ni mejor
ni peor que el de cualquier negocio que funcione al amparo del capitalismo tercermundista. Producía en moneda devaluada, vendía en sólidos dólares, invertía sólo en lo imprescindible y sacaba de sus contratados lo más que se permite, pagando lo menos tolerable y escamoteando, como todos, los royalties. Pero regalándote un jamón planchado en diciembre.
Su muerte, trasmitida en directo
el 27 de mayo de 2007, y los minutos de nervioso silencio que mediaron hasta el
nacimiento de Tves, el canal “social
y educativo” que el gobierno metió atropelladamente en su frecuencia, no tenía
móviles vindicatorios. Fue el desenlace de un largo pulso entre el militar de
Miraflores y Marcel Granier, presidente
y hábil empresario que nunca ocultó sus ambiciones políticas, y de cuya mano RCTV
se convirtió en un poder temido, capaz de hacer leña de cualquier nombre que le
fuera adverso. Se dice que una telenovela suya fue responsable
de la caída del presidente Carlos
Andrés Pérez. Ni tan calvo, pero como otros medios y personalidades de esa
izquierda generosamente subvencionada por la democracia, hizo tan efectiva labor
de zapa a favor de la antipolítica, que cuando el golpista barinés entró a escena,
Venezuela creyó ver al Mesías.
Yo trabajé en esa televisora que se llamaba Radio, y en ella conocí a muchos de los profesionales que más respeto. Era una empresa de andar por casa, sin protocolos, metida en
unos pocos edificios interconectados por pasillos insólitos, donde todos
terminábamos por hacernos amigos. Su línea editorial inquieta atrajo a la inteligentzia y
parió algunos de los mejores programas de nuestra historia, aunque sus más
sonados éxitos mundiales -Topacio, Cristal y Cassandra, por citar algunos- hayan sido remakes de historias que la cubana Delia Fiallo había escrito antes para el odiado canal de la competencia.
Cinco años después, el país es lo mismo, pero peor. El indetenible mandón que ganó aquella
vez la partida, es hoy un asustadizo mortal entregado a las falacias de la
magia negra y el tinte de cabello, clamando por el milagro de un extrainning.
Cientos de compañeros quedaron desempleados y aún intentan
reconstruir sus vidas, mientras Granier sigue siendo el mismo caballero de vestir impecable, bigote de manubrio y hablar pausado. La saturación del mercado bajó las expectativas económicas de
quienes tenemos la suerte de aún hacer nuestro oficio. El último vocero de su línea editorial, el
periodista Miguel Angel Rodríguez,
es hoy diputado opositor, y aún pretende vendernos como virtud teologal su
grosera prepotencia. Florecieron el teatro comercial y los talleres de actuación.
Muchos talentos emigraron, otros se internacionalizaron, que no es lo mismo,
aunque lo parezca.
En la señal del 2 languidece
Tves, aquel “canal social” con que el gobierno pretendió justificar su abuso.
Es tan írrito, que ni las constantes acusaciones de corrupción entre sus capitostes
logran llamar la atención. No envidio la suerte de quienes se echaron al hombro
el lastre histórico de celebrar aquel parto sobre las carnes chamuscadas de sus colegas. Muchos eran ex empleados, despedidos como yo lo fui en mi
momento: como muchísimos otros en una empresa con 54 años de existencia. El
hambre tiene cara de perro, si lo sabré. Pero cuando caminas por la cuerda
floja del resentimiento debes saber que otros resentidos con más equilibrio te van
a tumbar. Hoy están tan quebrados, financiera y moralmente, como los miles que
condenaron entre risas y música llanera aquella madrugada que no hacía falta.
La pátina de la nostalgia se ha
posado sobre la televisora que se llamaba Radio. Su ética impoluta la convierte en el correlato audiovisual de Fe
y Alegría u Hogares Bambi. Sus producciones: sin duda lo mejor de nuestra historia. Y el señor
Granier: un cruce entre San Jorge y aquel niño holandés que salvó a su país tapando una filtración en el dique con su dedito. La fantasía es una gitana que hay que mantener
a raya. Y uno de los retos de Venezuela es asumir de una buena vez que este lodo en que chapoteamos viene de aquellos polvos. Que una nación es una
responsabilidad compartida, y que nuestras élites intelectuales –entre las que,
por supuesto, se inscribe el canal de Granier- destejieron festinadamente la moral de la República, hasta que cayó en las manos de un militar sin otro norte que la
venganza; mientras las fuerzas políticas fueron –y aun pretenden ser- tan
miserables que no le dejaron opción a la democracia como sistema. Y que
millones de ciudadanos de a pie –tú, nosotros- nos hemos condenado sistemáticamente con el voto o el silencio.
Cinco años no alcanzan para poner
en perspectiva un momento tan lacerante para nuestro paisaje afectivo como lo es el cierre de
RCTV, lo sé. Fundamental es no olvidar, pero debemos atajar cualquier intento de elevar a
los altares una empresa con las mismas virtudes y mezquindades que las demás,
cuya directiva hizo una apuesta, y la perdió. No fue el cerco de Numancia
para la Democracia, pero tampoco la toma del Palacio de Invierno para la Revolución. No hubo villanos ni héroes en esa escaramuza: apenas vencedores y
vencidos.
Pero el juego termina cuando
termina. No pierdo la esperanza de volver a ver RCTV en
un país que se parezca a lo que mereceríamos si fuéramos responsables. Lo digo
por toda la gente maravillosa que allí conocí y quiero. Porque nadie es
quién para ordenarle el gusto al ciudadano. Por la pluralidad y los espacios
donde mis compañeros crezcan y repartan el don bendito de la imaginación. No el
RCTV del “quinto piso” de Presidencia, sino el de los estudios mal insonorizados, el cafetín del sótano, el fantasma de la mujer que deambulaba por los pasillos; el de Cionora, Doris, Indira, Jenny, Lucy, Simona y
tantos otros nombres que arropan mi vida en este país.
Pero de la misma manera, celebraré
que su gerencia retome el mando practicando por primera vez esa decencia en
cuyo nombre dijo inmolarse.
Te leo hoy, y me parece atinadísimo lo que dices.
ResponderEliminarGracias gallegúibiri (¿conoce eso? Es de La Bella del Alhambra)
ResponderEliminarsinceramente el odio que genero rctv ya se disperso, me gusto mucho su programacion un tiempo pero desperte al igual que mucho venezolanos y que lastima que no hagan falta porque realmente mi querida venezuela lo que necesita es patriotismo, y gracias a dios que llego el señor hugo chavez que desperto a la tierra de bolivar.
ResponderEliminarA Dios como que no le dio mucha gracia, porque se lo volvió a llevar...
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